Maricruz Sánchez

Plaza Mayor

Maricruz Sánchez


La guerra que no vendría

03/03/2022

Hoy hace justo una semana que empezó la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Siete días en los que la sinrazón de una incursión militar impulsada por las ansias de poder de Vladimir Putin deja ya decenas de miles de desplazados y cientos de muertos. Casi 200 horas de destrucción de instalaciones públicas, civiles, infraestructuras y vidas. Porque una ofensiva bélica no solo arrasa con lo que se ve en la superficie, con las cosas materiales y las personas que hay sobre el terreno; también aniquila las ilusiones, los planes de futuro y el alma.

Hoy hace una semana que los informativos daban la noticia de que la guerra en Ucrania había comenzado. Durante días se advirtió que esto podría pasar, que existía un riesgo real de conflicto, pero se sucedían los reportajes con testimonios de ucranianos tranquilizando a sus familiares en España y restándole importancia a unas tensiones que no traspasarían los límites políticos. 

Pues los traspasaron, y efectivamente empezó la guerra. Entonces pensé en mis padres. Mi madre, que como buena madre sabe más que la CIA, ya daba por hecho que eso ocurriría cuando ni en el Pentágono lo creían. Ella nació en la Guerra Civil y ya conoce lo que supone vivir una situación así y, ya no solo eso: entiende lo que implica superarla. El esfuerzo que le costó a España salir de la miseria y montarse en el carro del desarrollo. 

Mi padre, en cambio, no es amigo de hablar de guerras. Quizá porque vivió la española más de cerca que mi madre, al nacer en el 34. Los dos saben lo que es comer todos de una cazuela, hacerse zapatillas con trozos de caucho y cuerdas y no ir al colegio porque sin trabajo no hay subsistencia. 

La guerra siempre ha estado ahí. Forja con sangre la historia de la humanidad. El problema es que cada nueva guerra es más peligrosa y dañina. Y esta última, la de Ucrania, agranda aún más la herida que dejará.