(Con permiso de Guy Debord, de quien he tomado el título para la columna). Sí, vivimos en la era del espectáculo. Todo se convierte en un show: la política, el deporte, la música... En las televisiones, medios de comunicación, redes sociales… hay para elegir.
Estos días nos toca, una vez más, el de la política, con unas elecciones regionales adelantadas porque yo lo valgo y los candidatos correteando como nunca por el campo, ansiosos de posar junto a animales, tractores y esos paisanos tan majos de los pueblos y volcando presurosos sus excursiones en las redes.
Espectáculo también con los debates electorales, para constatar, si no lo teníamos aún claro, que la línea divisoria de información y poder está ya tan diluida que igual deberíamos asumir que ha desaparecido para siempre.
Y, como hemos subido de categoría, Castilla y León merece ahora tener su función a nivel nacional. Podemos estar orgullosos.
Hay más ámbitos con los que hacer espectáculo. Eurovisión es uno de los recurrentes. El montaje en torno a este festival es tan intenso que resulta complicado abstraerse. No sé si importa tanto la opinión de unos 'expertos' que, a lo mejor, no han sabido explicar bien su decisión (tan subjetiva como la de cualquiera de nosotros, supongo) como encontrar la fórmula para apoyar y reconocer a esos creadores españoles que derrochan talento, originalidad y, por qué no, transgresión. Espero que encuentren al final el lugar que merecen.
El deporte es otro dominio propenso a la pompa. Hemos tenido de todo: Messi antaño, Djokovic recientemente, pero prefiero quedarme con el espectáculo del bueno: el de la voluntad y lucha de las futbolistas femeninas, la resistencia y talante deportivo de Nadal o el esfuerzo de la selección de balonmano, por nombrar algunos. Espectáculos más efímeros, sí, pero con mucho contenido.