Se nota en el ambiente que la tensión política es creciente y que está bajando hasta niveles inmediatos en la sociedad. No hay más que ver las expresiones más recientes de tal fenómeno para percibir que es así, siguiendo un proceso bien definido en el que se pueden distinguir varias fases en la evolución de la tensión.

Empieza primero por la "superestructura política", con una confrontación permanente y generalizada, en la que no se diferencian temas ni escenarios, y en la que la escalada de agresividad verbal ha ido en aumento. Obviamente, no es de ahora; hace ya un tiempo que la política española entró en ese "modo bloqueo" que no distingue tiempos. Toda la legislatura anterior estuvo ya plagada de tensión, y ahora mismo, sin que ni siquiera se haya iniciado una legislatura nueva, ya da la impresión de que la pugna está establecida como si hubiera un gobierno y una oposición situados en las respectivas antípodas desde hace tiempo.

La traslación de ese ambiente a las redes es inmediato, de manera que se extiende en ellas corregido y aumentado. Hay excepciones, sin duda, porque afortunadamente hay mucha gente sensata; pero la frecuencia con que cada sucesivo agente en la red busca superar en virulencia al agente anterior, subiendo el listón de la agresividad verbal o gráfica, es verdaderamente alarmante.

El siguiente escalón es la propia sociedad. De la política a las redes, y de ahí a la calle. Las manifestaciones que tuvieron lugar recientemente para protestar por las negociaciones para formar gobierno, absolutamente legítimas, no estuvieron exentas de excitación política; menos lo estuvo, con claras muestras de sentimientos cercanos al rencor, la exhibición del Día de la Fiesta Nacional, con un tono repudiable por lo que supone de falta del mínimo respeto institucional; incluso los lamentables acontecimientos que están ocurriendo en Israel y Gaza sirvieron para mostrar posiciones unilaterales llenas de intransigencia.

Es preocupante la escalada de sectarismo intolerante que se observa con frecuencia. Debiera ser una prioridad, por lo que pueda venir, asumir un compromiso de tranquilizar los ánimos. Y por parte de todos, porque todos tienen la responsabilidad de hacerlo.