Si quieren encontrar a algún analista, columnista, todista o echador de cartas que les ayude a entender qué ha votado exactamente el pueblo español en las elecciones del 23 de julio a mí no me pregunten. Les hay que opinan que se ha votado moderación y por el regreso al bipartidismo. Otros consideran que el resultado es un aval para que Pedro Sánchez pueda pactar sin pudor con Bildu, ERC y Junts y que las urnas han dictado sentencia a favor de un entendimiento entre las diferentes sensibilidades o nacionalidades que cohabitan en el Estado.
Como a Sabina, a mí tampoco me gusta invertir en quimeras, y me cuesta creer que a estas alturas sigan quedando cándidos que hablen o escriban en defensa de una especie de gran coalición «como en Alemania», argumento que utilizan para dar un plus de autoridad a su mensaje. Estoy convencido de que ni ellos dan opciones a esta posibilidad.
Descartada esa opción de acuerdo entre los dos grandes partidos, lo más triste del escenario que vive la política española desde hace unos cuantos años es el haberse convertido en un especie de mercado persa, donde todo parece estar en venta por un puñado de votos. A las esperadas reivindicaciones de los partidos independentistas se ha sumado esta semana la única diputada de Coalición Canaria, que se deja querer por unos y otros, a la espera de poder sacar la mayor tajada. A la política de marras le han votado 114.718 personas, que dentro de un mes quizás tengan más capacidad de decisión que 11 millones de españoles.
No es, ni mucho menos, la primera vez que la geometría parlamentaria nos obliga a tragar con estas ruedas de molino. De ahí el anhelo de tantos partidos minúsculos en hacerse con el voto que determina gobiernos, presupuestos y leyes a cambio de suculentos privilegios para sus taifas.
A falta de un PBI (Partido Burgalés Independiente) que consiga ser decisivo en la Cámara Baja, no estaría de más dar un pensado al reglamento electoral y plantearse la posibilidad de una segunda vuelta. Y que el que gobierne lo haga sin ataduras. Pero lo digo por decir, que ya dejé claro desde el principio que no me gusta invertir en quimeras.