Ignacio Fernández de Mata

Los Heterodoxos

Ignacio Fernández de Mata


Patrimoño

04/04/2023

Mi primera reacción cuando oigo que algo es tradicional o patrimonial, es apretar el culo. En los últimos años, la tradición y el patrimonio se han convertido en palabras fetiche, que lo mismo te arreglan un fin de semana gastronómico, un centenario fingido o la identidad nacional. 

En torno al nuevo concepto-midas, el patrimonio, podemos fingir permanentemente que nos vinculamos con el pasado, incluso que lo revivimos -maravilla de las maravillas-, mientras nos lo inventamos, lo disfrazamos y lo mercantilizamos. Patrimonio, con el calificativo que Ud. prefiera añadirle, es una vieja saya que se desfrunce una y otra vez para seguir incluyendo, tapando, vistiendo aquello que el último espíritu sensible ha imaginado bajo ampulosas expresiones, escuadras de adjetivos y gesto reverente. Por si se despistan: hablan en infinitivos y dicen absurdeces como «poner en valor», ridiculez perifrástica para no decir «valorar».

Bajo la pretensión de mantener una tradición inmutable -lo que, perdón por el palabro, en sí es un oxímoron, se nos habla de prácticas recuperadas, de celebraciones históricas, de restauraciones fidedignas o de incorporaciones rigurosas que son todas una pura invención para ese maná que llamamos turismo. Una ciudad moderna solo lo es si cuenta con un Exin castillo, un fin de semana Puy du Fou, una catedral llena de imposturas e impostores, peñas uniformadas y notables cabezudos.

En el sorprendente avance hacia la aspirada capitalidad cultural hemos sabido que nuestros gigantones incorporarán al oscuro Conde Porcelos, fundador por oficio, y a su pobre mujer, innominada. Qué lástima que con las cosas de patrimonializar no sepamos hacer pedagogía y la señora lo sea de sus labores y sin nombre. Una vez más, estos gigantes vinculados al Corpus acaban sirviendo, como tantas celebraciones y conmemoraciones, para reafirmar el viejo orden y el natural conservadurismo de nuestra urbe. Aquellas cuatro parejas compuestas por un rey y una reina, un turco y una turca, un gitano y una gitana, un negro y una negra, más las gigantillas, que entonces representaban al pecado y la herejía, se trocaron en los Reyes Católicos, ciertas razas, y un alcalde serrano con su esposa. En los 70, se sumaron el Cid y Jimena, como lo hace ahora don Diego, muestra de nuestra constante y apasionada revivificación de la estamental historia medieval, versión reaccionaria. Que luego quieran mandar en todo los de siempre, cae por su propio peso.

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