Se llama mantenimiento y en Aranda de Duero escasea. Tanto, que si no fuera porque  hay elecciones municipales a la vuelta de dos meses, sería prácticamente nulo. No hay nada más que escuchar las quejas de los vecinos. No de ahora, sino desde hace varios meses e incluso años. Da igual en qué barrio vivan. La esencia es la misma. Que si hay más baldosas rotas que en buenas condiciones. Que si mi madre se tropezó por un desnivel y se cayó. Que si la madre de mi amigo acabó en el hospital con un esguince de tobillo por otro tropiezo. Que si... Completen ustedes mismos. Seguro que han sufrido algún percance similar o conocen a alguien que se ha visto en esta situación.  

Después están las quejas por la suciedad. Por las pintadas que invaden prácticamente cualquier rincón de Aranda. No es exagerado afirmar que no se libran de los grafitis ni media docena de calles. Malestar también por las meadas en numerosas esquinas y la cantidad nada despreciable de excrementos caninos vaya uno por donde vaya. Me pregunto a santo de qué tanto incivismo. Por qué el dueño del animal de turno no recoge las heces y decide que el resto de ciudadanos tengan que sortearlas en aceras, parques o jardines. De auténtica pena. Por no hablar de que sigue sin haber urinarios públicos y cada cual hace sus necesidades donde le viene en gana. De que muchas papeleras vaya usted a saber dónde han terminado. Que las fuentes no tiran ni gota de agua. O que cada vez son menos los bancos que permanecen en pie. ¿Hay alguien contento con el mantenimiento de las cosas pequeñas que se está llevando a cabo en la ciudad? Humildemente, creo que si en algo coincidimos los ciudadanos es en que se debería cuidar más el día a día y dejarnos de tanta obra faraónica.