Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Vergüenza

26/02/2024

La capacidad del vicepresidente de la Junta de avergonzar a los castellanoleoneses parece no tener límite. García-Gallardo resolvió hace unos días conducirnos de nuevo por los cenagosos senderos del sonrojo al acusar a la Cruz Roja, organización humanitaria que se distingue por haber procurado alivio durante decenios a las personas que sufren los padecimientos más atroces a lo largo y ancho del mundo, de actuar en connivencia con las mafias que trafican con seres humanos, y la verdad es que ya no sabemos qué hacer con todo el sofoco que sentimos. No es, bien se sabe, la primera diana de sus delirantes venablos, pues lo cierto es que el ultraderechista burgalés no para de tomarle ojeriza a cuanto se le pone por delante: los sindicatos le parecen tinglados de parásitos, detesta todo lo que tenga que ver con el cine que se hace en España (así sea la «desviación ideológica» de la Seminci como los «señoritos» que dirigen películas en nuestro país), juzga que los homosexuales son unos caprichosos que van en pos de un «trapo aroíris», considera la violencia de género un invento comunista, no tiene rebozo alguno en presentar a los inmigrantes como delincuentes desalmados y desprecia sin ambages a la comunidad científica que alerta de la acelerada mutación de los patrones climáticos en nuestro planeta.

Pareciera que el señor García-Gallardo le ha cobrado un aborrecimiento obtuso a cuanto tiene a su alrededor, una patología que los especialistas en psiquiatría suelen atribuir a un trauma infantil o a cuadros agudos de ansiedad (lo del estrés laboral no lo vamos a considerar aquí porque es cristalino que no viene al caso). O, más probablemente, que confía ciegamente en los réditos de ese tóxico discurso del odio que se ha enseñoreado de una sección de la política española, una actitud permanente de hostigamiento que permite generar debates artificiales en los medios de comunicación y a la vez desviar la atención de las cuestiones que realmente nos atañen, y que está desterrando de nuestra vida pública la buena educación y la confrontación respetuosa de argumentos y razones. Nos tendremos que acostumbrar, pues, a los desplantes bárbaros, a los rencores cafres…, y a la honda vergüenza que se está suscitando en muchos de los que vivimos en esta tierra.