Pocos días faltan para la conmemoración del 8 de marzo, Día internacional de la Mujer. 

Corría el año 1875 cuando varios centenares de mujeres de una fábrica textil en Nueva York se manifestaron por conseguir la igualdad en condiciones y salarios que sus compañeros. La protesta desencadenó una brutal represión policial que terminó con el asesinato de 120 trabajadoras.

No solamente en este caso las mujeres perdieron sus vidas ya que, si volvemos la mirada tiempo atrás, recordamos el sufrimiento que padecen y siguen haciéndolo en los conflictos bélicos, en los que son violadas o incluso asesinadas por el hecho de ser mujeres.

Evoco con dolor la guerra de Bosnia y Herzegovina (1992-1995). A lo largo de esos años se violaron los derechos humanos a los grupos más vulnerables: ejecuciones masivas, campos de concentración donde mujeres y niñas fueron sometidas a violencia sexual y abusos. Podemos recordar Sarajevo, donde bombardearon a la hora que las mujeres estaban en la cola del pan –no eran objetivo militar- o la masacre de 8.000 personas en Srebrenica. Sus cuerpos, en fosas comunes. Un año después del final del conflicto, pude comprobar in situ los desastres que las guerras producen. 

Con la ONG Ayuda obrera a Bosnia visité el centro de terapia de Vive Zene en Tuzla -lugar de nuestro punto de actuación- dedicado a la asistencia a mujeres y niños traumatizados por la guerra; a mujeres que habían sido violadas, maltratadas física o psíquicamente de alguna forma, con el objetivo de reintegrarlas a la vida normal.

Podría seguir hablando de otros muchos países que tenemos en nuestras mentes.

Sigo preguntándome ¿qué hace la comunidad internacional? ¿Qué hace la ONU? Es urgente parar estas atrocidades, o tenemos intereses particulares para no actuar con contundencia o quizá porque los que piden la guerra no son lo que reciben las balas.