Miles, pero uno a uno. Es lo que pone en un postit desgastado por el uso, torcido, feo y mal cortado desde el principio que tengo pegado a mi pantalla del ordenador en el trabajo. Lo veo todos los días y lo ejecuto cada vez que me acuerdo.

Me ayuda a centrarme en lo que estoy haciendo, a no mandar correos sobre el evento del jueves 27 de febrero a las 19.30 horas, cuando ese día es martes y el acto es media hora antes. También me sirve para invitar a las reuniones a quien toca sin confundirme entre tres compañeras que nos llamamos igual, a fijarme en los detalles y a que no se me pase nada por alto. Hay semanas que se me olvida mirar el postit, aunque lo tenga delante y sea amarillo fosforito y escrito en verde. Y en esos días meto la pata hasta el fondo y tardo tres semanas en volver al ritmo.

Quizás soy más benevolente conmigo que con los ajenos, pero me perdono con cierta facilidad estos despistes ocasionales. Algunas veces supone alguna mala cara y volver al turrón mirando la frasecita por todas aquellas ocasiones que no he actuado en consecuencia. Continúo tecleando para arreglar el lío, mientras me recuerdo que tendría que hacer más caso a ese trozo de papel en la esquina derecha de cada cosa que veo durante mi jornada.

Consejos vendo y para mí no tengo, pero esas cinco palabras me ayudan a no querer correr más de la cuenta y tramitar por encima de mis posibilidades, arriesgando la aprobación de asuntos sin apoyos seguros para dar pasos atrás que retrasen meses aquello que tan importante se suponía que era.

Miles, pero uno a uno también me sirve para decírselo a mis amigas cuando estamos en todo pero en nada. Cuando nos pasa la vida por encima y cada vez que, por ganar tiempo, lo perdemos después en deshacer desaguisados. No significa que hagamos muchas cosas, sino que las hagamos bien, que nos centremos en lo importante y que peleemos en cada batalla por hacer el mundo más justo. Miles, pero uno a uno, es lo que le diría esta semana al Legislativo para actuar en consecuencia.