Algunas personas son capaces de provocar un tsunami social y mediático, y lo aprovechan para aglutinar el mayor número de apoyos a su alrededor. Cuando las vemos en la tele nos preguntamos qué tienen para levantar tantas pasiones, pero si estás con ellas en persona casi te arrastran con su magnetismo. Al menos, te dejan asombrada de lo que provocan a su paso. 

Les voy a confesar que, aunque ya han pasado unos días, así me sentí el domingo después de compartir dos horas y media en el radio de acción de Isabel Díaz Ayuso. Su visita electoral a Aranda fue más allá de las 300 personas que se juntaron para comer con ella, después de escucharla hablar. Lo de menos era lo que dijese, porque lo repite en todos los actos de campaña más o menos igual. Lo principal era verla en persona, dejarse embriagar por su carisma, aplaudir fuerte cada vez que subía el tono del discurso -que hizo media hora del tirón y casi sin mirar los papeles- o utilizaba expresiones más gruesas para la crítica del adversario.

Desde que puso un pie en suelo arandino, su cara lució una sonrisa imborrable, inalterable, casi enigmática. Daba igual el calor, la multitud de fotos que la gente le pidió, los vivas a su paso,... sonreía. Sólo le dio un toque más serio a su semblante cuando se encontró con la Plataforma por el tren Directo, que fueron a pedir su ayuda para lograr la reapertura de la línea, porque también llega hasta Madrid, comunidad que ella preside. Eso sí, no les dijo nada, no les contestó, y Ángel Ibáñez, cabeza de lista del PP por Burgos al Congreso de los Diputados, estuvo al quite para asegurar que lucharían por ello. 

Si fuese por carisma, por tirón popular, esa visita sería la mejor encuesta para los populares en la Ribera del Duero. Qué lástima que Díaz Ayuso pasase sólo sonriendo y no se preocupase de conocer lo que de verdad pasa en esta tierra.