Voy a trasladar una experiencia vital de esas que te hacen reír inicialmente, pero que luego cuando te paras a pensar, te enfadan. Hace unas semanas, cuando me encontraba comiendo con unos amigos, en nuestra mesa de al lado había una pandilla de chicas estupendas y muy jóvenes, enfundadas en ajustados y pequeñísimos vestidos, estaban preciosas. Pero esto no fue lo que nos llamó la atención, que también, sino que uno de esos vestidos, en una casi inexistente espalda, todavía conservaba una enorme etiqueta con la talla y el precio. Inocentemente o no, uno de mis amigos le indicó dirigiéndose al grupo, que llevaba todavía la etiqueta del vestido puesta, y aquí es donde nuestra sorpresa fue enorme, porque absolutamente todas ellas se miraron de inmediato las espaldas por si era su etiqueta la que se veía.
A primera vista puede resultar gracioso y así nos lo pareció, pero el trasfondo es tremendo. Estábamos ante una generación en la que engañar parece algo normal y hasta divertido. Era evidente que el objetivo de mantener la etiqueta era usar y devolver las prendas. Sé que esta espantosa conducta tiene su origen en las políticas de las grandes distribuidoras, que han facilitado la devolución sin límites para aquel cliente que no tiene escrúpulos.
Pero yo que mantengo una relación de absoluto romance con mis prendas, no llego a entender este comportamiento. Yo veo una prenda o un complemento y me enamoro, empiezo mi relación con ella, que a veces acaba en buen puerto y otras, como en la vida, desaparece sin darme tiempo a ronear, o me deja o se va con otra. Pero las que voy conquistando forman parte de mi vida y me acompañan como una armadura en mis luchas diarias.
Tengo prendas fetiche que me traen suerte, prendas disfraces que me permiten ser otra persona, prendas de tránsito para esos días que quiero ser invisible, prendas para llorar, para recordar… en definitiva son parte de mí, una muy importante y quizás, mi manera más directa de comunicarme.
Así que tengo muy claro que la devolución de una prenda se debe hacer sin abusar de ella y de todo un sector como es el comercio. Solo hay que empatizar y pensar lo que supondría este tipo de conducta en cada uno de nuestros trabajos.