David Hortigüela

Tribuna Universitaria

David Hortigüela


Exámenes

01/06/2023

Llega el final de curso, y, como consecuencia, los ya habituales exámenes. Pasarán los años, las décadas… y el examen seguirá siendo la principal prueba de evaluación (calificación) más habitual. Sin embargo, es más que cuestionable que esta sea la mejor forma para generar aprendizaje en el estudiante.

Al hablar de examen, a pesar de haber diferentes tipos, tanto atendiendo a su estructura como a su proceso de elaboración, nos viene a la cabeza el mismo formato: individual, con bolígrafo, papel y en un tiempo determinado. Su fundamento suele radicar en la memorización, normalmente los últimos días antes de la prueba, para que luego el docente se pegue el atracón a corregir.

Ante este contexto, ya asumido por todos como normalizado, surgen algunas cuestiones en torno a su idoneidad como un procedimiento de evaluación estándar que pretenda generar aprendizaje y aporte calidad al sistema del proceso de enseñanza: ¿no hay más opciones que el típico examen escrito individual?, ¿tiene que hacerse siempre de la misma forma?, ¿puede el estudiante tener otro rol a lo largo del proceso?, ¿se cumplen verdaderamente los objetivos de aprendizaje con su realización?

No se trata de demonizar el examen, sino de reflexionar sobre su esencia, fines y objetivos. La memorización es necesaria para aprender, pero no se puede obviar lo más importante, que siempre se tiene que asociar a la comprensión. Para ello, es imprescindible que los nuevos contenidos impartidos conecten con lo que el estudiante ya sabe, lo que permitirá que ese aprendizaje sea más significativo. Esta es la premisa fundamental de la que deriva la importancia de realizar diferentes pruebas de evaluación: defensas orales, grabaciones de videos tutoriales, informes, análisis de textos, pruebas específicas… demandando en el alumnado destrezas variadas a la hora de argumentar y justificar lo que sabe.

Lo que no tiene demasiado sentido es que parte de las asignaturas (y esto sigue sucediendo) se estructuren a partir de la copia de apuntes del alumno, para que posteriormente los transmita de forma escrita. A esto se le ha denominado como enseñanza bancaria o 'bulímica', consistente en ingerir contenidos, para luego vomitarlos en un examen y olvidarlos a corto plazo. Ya se ha demostrado que esta forma de proceder puede conllevar buenos resultados el día del examen, pero nulos a la hora de que ese aprendizaje sea perdurable en el tiempo, que es lo verdaderamente importante. En este sentido, ya existen varios estudios que demuestran cómo el alumnado reconoce recordar pocos de los contenidos de asignaturas que cursó hace escasos meses, a pesar de haber obtenido calificaciones altas en las mismas. 

Por lo tanto, y en la sociedad actual en la que vivimos, con ilimitado acceso a la información y con tantas posibilidades de elaboración de tareas y de generación de conocimiento, que sigan predominando las avalanchas de exámenes en periodos concretos del curso, con la pretensión de que es la mejor manera de generar conocimiento (ya desde la educación obligatoria hasta la universidad), carece de toda lógica.

Existen propuestas en las que los estudiantes buscan la información, la sintetizan, la chequean, elaboran sus propias preguntas de examen, se las revisan a sus compañeros, para después generar una batería de preguntas final. Y sí, sigue habiendo examen, pero con la principal diferencia de que el alumnado aprende durante el proceso, no únicamente al final.

Y es que, bajo la premisa de que la memorización es imprescindible para generar aprendizaje, debemos de repensar el tipo de pruebas que realizamos para que este se produzca con verdadero sentido pedagógico, en las que el estudiante indague, reflexione, se responsabilice y tome decisiones, en lugar de volcar datos en un folio que el docente quiere leer. Solamente de este modo podremos alcanzar un aprendizaje competencial y extrapolable.  

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