Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


El esplendor de la decadencia

27/11/2023

Ya es tarde, si no estuvo se lo perdió. Tendrá que esperar a la siguiente oportunidad de presenciar este espectáculo mayúsculo. Estamos en el lugar perfecto y hasta hace un suspiro también en el momento propicio, pero ya pasó, así es la vida. Supongo que a estas alturas ya sabrá de qué estamos hablando: se trata, obviamente, del esplendoroso otoño burgalés, del despliegue infinito de ocres, amarillos y rojos por cada esquina de esta provincia (y ciudad); del subidón que entra por los ojos y lo inunda todo de energía y carga de pila para poder surfear a su satánica majestad el invierno.

El otoño en Burgos, sí, algo absolutamente fabuloso, seguramente nuestro principal atractivo, lo que nos hace más sexys, y lo que menos se promociona. Hace unos días se celebró Intur, la feria de turismo interior, y seguro que los representantes burgaleses no dijeron ni mu de esta locura. Por si en otra ocasión quieren venderlo (o para el que quiera oírlo), aquí van algunas pistas de por qué es tan bueno:
1. En primer lugar, el otoño es, igual que la primavera, la explosión de la vida, pero tiene peor marketing. Tras el verano estepario, todo reverdece y la vida brota por doquier, puede olerse.
2. Es efímero. Dura lo que dura; viene cuando quiere y lo mismo se va. Es libre e imprevisible y eso lo hace mejor.
3. Es una bofetada de sensaciones, una reconexión con la naturaleza a lo bestia, literalmente irresistible; una lluvia de tonalidades, colores y exuberancia que sobrecoge. ¿Cree que lo estoy flipando? No estoy de acuerdo. Se me ocurren pocas cosas comparables a adentrarse, en esta época, en la solemnidad de un hayedo y su silencio profundo, en el esplendor de su decadencia; o pasear despacio por una dehesa de encinas imperturbables con el canto de los últimos cuatro pájaros como único ruido de fondo. Y qué me dice de atravesar un pinar a primera hora de la mañana, con la luz colándose por las rendijas de las ramas sobre un olor penetrante a setas y hongos; o explorar un robledal, repleto de piedras cubiertas de musgo, en el que el otoño sucede a cámara lenta, perezoso, alargándose en los cambios de color, dando largas al invierno.

Todo esto ha pasado por aquí en las últimas semanas. Si no lo ha visto, olido y sentido, se lo ha perdido. El año que viene habrá otra oportunidad, pero hay que estar más atentos, al menos a las cosas importantes. Salud y alegría.