Cuando todavía estamos en proceso de conformación oficial de los nuevos ayuntamientos– 17 de junio si la memoria no me falla-, cuando estamos con la resaca del día después, me disponía a tomar mi desayuno tranquilamente y pulsé la tecla de la radio para escuchar las noticias mañaneras.

En ese momento, pensé estar oyendo noticias resumen de días pasados. Atareada como estaba, sólo llegué a captar la palabra elecciones y me dije a mí misma ¡qué pesados con el tema! Pero, seguí atenta y comprobé que de lo que se hablaba exactamente era de que se nos convocaba a un nuevo encuentro: elecciones generales dentro de casi apenas dos meses, que la cita se adelantaba al 23 de julio, que las Cortes Generales se habían disuelto, que la maquinaria estaba en marcha y que la campaña empezaba el 7 de julio. Automáticamente pensé que era como el día de la marmota, que no podía estar ocurriendo, pero me equivoqué y la realidad superó a mi ficción.

Los colegios electorales, ya mudos del bullicio escolar, volverán a recibir de nuevo el examen de la ciudadanía que tendrá, tendremos que mirar con lupa las propuestas.

El verano se presenta calentito no sólo debido al calor que nos visite esos días si no porque empezaremos a oír vaniloquios –discursos inútiles e insustanciales-, cuya intención será, únicamente, distorsionar el discurso real de las propuestas y de proyectos de futuro para nuestro país.

De momento, atenderemos a la constitución de nuestro ayuntamiento, que es lo que nos ocupa y preocupa en primera instancia, asunto que no es moco de pavo. El tema se presenta algo complicado por la diversidad de opciones y resultados. Dice el futuro alcaldable que «quisiera un gobierno de unidad, sin ideologías». Yo le recuerdo que todas tienen la suya y que eso, precisamente, es la marca diferencial porque incluso él tiene la suya, aunque todavía no la he pillado, ¿o sí?