Me da pereza. Mucha. Aunque también es cierto que nadie me obliga. Solo es por enganchar con la actualidad. Tediosa y absorbente. Esa que nos hastía pero que, a la vez, despierta nuestro interés más insano. Quizá sobre todo para ver quién se pega la 'torta' más grande. Voy a hablar de las elecciones municipales. Pero no se preocupen, innovaré; no echaré mano del trabalenguas de Rajoy del alcalde y los vecinos.

Les apuntaré que hace ya unos cuantos años, quizá décadas, ocupé varias plazoletas como esta haciéndome pasar por un ciudadano sin partido que aspiraba a ser candidato a la alcaldía; criticaba a diestro y siniestro con educación y mesura, y apuntaba lo que creía que precisaban y esperaban de mí los vecinos. 

Pues resultó que lo hice tan bien, o tan mal por no dejar nítido desde el principio que se trataba solo de un juego periodístico, que un modesto partido local contactó conmigo para ofrecerme un hueco en sus inminentes listas. Así estaba la política local por estos pagos antaño. Y, en general, no hemos ido a mejor.

Al poco tiempo de desfacer el entuerto lamenté no haber preguntado hasta qué puesto podía haber aspirado en la papeleta de esa agrupación, con la que no tenía ninguna relación especial ni me había leídos sus estatutos ni historia. 

Aquel inesperado 'tren' pasó y no ocupo ahora, ni nunca, ni un segundo en esperar o buscar a otro. 

Como vecino que elige a quien espera que sea su alcalde, aspiro a que no me vendan ni motos ni pajaradas. Ni metros ni transatlánticos por la ciudad. Trabajo, empatía, sentido común, todas las facilidades posibles para atraer a nuevas empresas, ayudas para los más desfavorecidos, reivindicaciones por encima de las siglas, tendencia al acuerdo aunque no sea imprescindible para aprobar proyectos, ego discreto... Como ven, lo que desea a la mayoría. 

Y más ocio y cultura. Que los Mango y los Zara no abran los domingos y sí lo hagan los teatros y las salas de exposiciones y conciertos.

Bueno, y que los bares que no molesten cierren más tarde.