Carlos Briones Llorente

Entre ciencias y letras

Carlos Briones Llorente


Rosalind Franklin y el ADN

07/05/2023

Cada año, el 25 de abril celebramos el 'Día del ADN' para recordar la fecha de 1953 en que se publicó un artículo histórico en la revista Nature: el que mostraba la estructura de esta molécula clave para la vida. Este año se cumple su 70 aniversario, por lo que la jornada ha tenido una relevancia especial. 

Comencemos recordando que el ADN (o DNA en inglés), abreviatura de 'ácido desoxirribonucleico', es la molécula que contiene la información hereditaria en todos los organismos. En ella están escritas, en forma de genes y sus regiones regulatorias, las instrucciones para fabricar las células de la especie correspondiente. Es una molécula lineal y polimérica, cuyos monómeros o unidades se llaman nucleótidos y están a su vez formados por tres partes. Una de ellas se denomina 'nucleobase' y puede ser de cuatro tipos: A, C, G o T. 

Así, por ejemplo, el genoma humano es una larguísima secuencia de unos 3.300 millones de estas letras… y todos nosotros tenemos algún cambio o mutación en ellas que nos distingue de los demás. Podríamos decir que las personas somos iguales, y a la vez distintas, gracias al ADN. Ese es el legado que pasamos a nuestros hijos. Como decía Salvador Dalí, que en 1957 pintó su estructura en uno de sus cuadros más famosos: «¿no es una molécula de ADN garantía de inmortalidad?».

Pues bien, aquel artículo 1953 mostraba que el ADN está en realidad formado por dos cadenas complementarias entre sí, como las dos partes de una cremallera, y que en conjunto su estructura es una hélice doble. Podemos pensar en ello cada vez que subamos o bajemos por una escalera de caracol, en la que los pasamanos corresponderían al exterior de ambas hélices y cada escalón estaría formado por una letra de una cadena interaccionando con la de la otra, por ejemplo A-T o G-C. Ese artículo tan clarificador, de poco más de una página, se titulaba Molecular structure of nucleic acids y estaba firmado por dos investigadores del Laboratorio Cavendish de Cambridge, en Reino Unido: el bioquímico norteamericano James D. Watson y el físico británico Francis H. C. Crick.

Pero un descubrimiento tan relevante se basaba también en el trabajo experimental de otros científicos. En particular, fueron necesarios los datos obtenidos mediante una técnica llamada 'difracción de rayos X' por la química y cristalógrafa británica Rosalind E. Franklin y el físico de origen neozelandés Maurice H. F. Wilkins, ambos compañeros (aunque su relación fue siempre muy mala) en el King's College de Londres. Entre sus resultados fue clave la famosa imagen conocida como 'Fotografía 51', realizada por Raymond Gosling, bajo la supervisión de Franklin.

Tradicionalmente, la historia se ha contado como un caso de traición de Wilkins a Franklin y a su propia institución (que competía con el instituto de Cambridge), ya que él enseñó esa fotografía a Watson y Crick sin el permiso de ella. De hecho, el propio Watson alentó esta idea en su polémico libro de memorias titulado La doble hélice, publicado en 1968, en el que (haciendo gala de su conocida arrogancia y misoginia) mantiene que supo interpretar la imagen en cuanto la vio, de lo que ella era incapaz desde que la había obtenido ocho meses antes.

Pero precisamente el 25 de abril de este año, hace doce días, aparecía un artículo de opinión en Nature, firmado por Matthew Cobb y Nathaniel Comfort, en el que se cuentan los hechos de forma muy diferente. Se basan en una carta de la época (hasta ahora desconocida) enviada por la periodista Joan Bruce a Rosalind Franklin, y en el borrador de un artículo de Bruce para la revista Time que nunca llegó a ver la luz. 

Estos documentos mostrarían que los dos equipos intercambiaban regular y cordialmente información, y que Franklin asumió sin problema que Watson y Crick tenían sus datos y habían visto la famosa fotografía antes de que publicaran el modelo de doble hélice. Para Cobb y Comfort, los dos laboratorios y los cuatro autores deberían considerarse codescubridores de la doble hélice del ADN. Las opiniones en uno y otro sentido se están sucediendo durante estos últimos días.

En cualquier caso, la brillante y tenaz Rosalind Franklin falleció el 16 de abril de 1958 a consecuencia del cáncer de ovario que padecía, sin el reconocimiento que merecía. Cuatro años después, Watson, Crick y Wilkins recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina sin que se hiciera mención a ella. 

Miremos ahora hacia el futuro. En el año 2028 está previsto que se lance hacia Marte una misión de la Agencia Espacial Europea (ESA) llamada ExoMars. Su componente principal será un vehículo con ruedas o rover que utilizará varios instrumentos (algunos de ellos, desarrollados en España) para investigar si la vida también surgió en el planeta rojo. En homenaje a nuestra protagonista, este rover (ya construido) se llama como ella. Sería un maravilloso acto de justicia planetaria que Rosalind Franklin, analizando el subsuelo de Marte, encontrara ADN.