Anda la Universidad española un tanto revuelta por las consecuencias que ya están teniendo algunos desarrollos tecnológicos en torno a la inteligencia artificial y a los límites en su utilización, por parte del alumnado, de algunos programas, reciente popularizados, a la hora de realizar sus contribuciones académicas, lo cual es sólo una faceta de este campo de la creatividad humana. No puedo por menos que mostrar un sentimiento ambivalente, fruto de una clara mezcla de esperanza y de temor, al enfrentarme ante el análisis de esta nueva realidad. Esperanza porque, sin duda, de su progreso dependerá, en gran medida, nuestro futuro bienestar. Temor por las implicaciones éticas que tendrá su evolución futura que resulta muy poco predecible.
La incertidumbre ante este nuevo universo que se nos avecina va más allá de las dificultades para su aprehensión por parte de una parte muy significativa de la sociedad entre la que me encuentro. Aspectos que hace sólo unas décadas estaban sólo en el mundo de la ciencia ficción parecen hallarse hoy ya entre nosotros. El universo de los 'replicantes', que tan brillantemente queda reflejado en la clásica película Blade runner de 1982, se convierten en una premonición de lo que estamos viviendo. Productos reales de nuestros días, como el robot Sophia, que ha sido la primera máquina en haber recibido el estatus de la nacionalidad, o los robos Alice y Bob que alcanzaron la posibilidad de comunicarse entre sí, sin que su creador el ser humano los entendiera, nos hablan de que nos podemos hallar en la antesala de ese futuro propuesto en ese clásico cinematográfico
Nuevos horizontes de posibilidades casi infinitas se abren ante nosotros, pero en ellos también hay nubarrones que algunos filósofos contemporáneos ya plantean, con preocupación, por sus implicaciones éticas. Algunos pensadores han dicho que estamos iniciando un nuevo estadio del proceso evolutivo en el que la figura del hombre quedará superada. Sólo espero que este nuevo mundo que se nos avecina se construya pensando esencialmente en el hombre y que no quede eclipsado o relegado, para que no tengamos que decir como en el clásico monólogo de la película aludida: «he visto cosas que no creeríais…».