«No soy Díez, ni Díaz. Mi apellido es Diez, como el número. No lleva tilde». Esto me dijo hace tiempo una alumna de no más de 14 años en Las Merindades, preocupada por el empeño que todos poníamos en poner tilde a su apellido. Y es que el tema de las tildes siempre ha tenido su aquel.  No es lo mismo un arma de fuego llamada revólver que revolver un lugar buscando algo. Y la diferencia escrita es solamente la tilde, que nos marca la diferencia en pronunciación.

Colecciono lo que yo llamo palabras tritónicas, del tipo de 'medico': Yo no me medico porque ella se medicó  mucho antes de acudir al médico y, al final se murió. Y esto ocurre con numerosos vocablos en castellano: piensen en la oposición verbal en yo/presente y él/pretérito que se da en llego/llegó, cargo/cargó, salto/saltó, tomo/tomó… 

Parece, además, que las mayúsculas suscitan más dudas que el resto de las grafías. ¿Llevan tilde? Sí, las mayúsculas siempre deben llevar tilde. Piensen en Ángela, Álvaro, Ávila…  Y esto es lo que parecen olvidar nuestros 'jefes oficiales', que creen que las tildes son un adorno y no sirven para nada. Lo comento aquí por dos situaciones: 

Recientemente he participado en unas oposiciones para Profesor de Secundaria. En los listados de participantes y en todo tipo de información escrita con mayúsculas, las tildes estaban desaparecidas. ¡Y eran para profesores de Lengua! 

Y en las últimas elecciones ¿se fijaron en que ninguno de los candidatos parecía haber puesto las tildes en sus datos? Al menos, así aparecían las papeletas para votar, sin una sola tilde. Y no eran mayúsculas. Me pareció poco probable que todos olvidasen cómo firman a diario y le pregunté a uno de ellos. Y me contestó que ellos habían mandado los datos correctos, con  todas las tildes; y que era la Junta Electoral la que había imprimido las papeletas así.  

Para mí es inexplicable que se den estas situaciones. Y que no vengan con que son exigencias informáticas. Hay que poner las tildes donde toca. Y los puntos sobre las íes.