Concluye una de las campañas electorales más tensas e intensas. Superpuesta la votación del próximo domingo a las elecciones municipales anteriores del 28 de mayo, puede decirse que llevamos dos meses de vociferio, de mucho ruido y probablemente estériles. (Incluso podría decirse que soportamos la tensión de vivir en campaña permanente). Dos meses en los que seguramente las posiciones de la mayoría de los ciudadanos no se movieron un ápice, porque la intención de voto parecía más determinada por el sentimiento que por la razón. Únicamente los debates organizados por Televisión Española han supuesto un punto de inflexión. Difícil conocer su alcance medido en resultados, pero sí han supuesto un cambio en las tertulias. Flaco favor se hizo a sí mismo el candidato gallego a la presidencia, porque ayer el tema de conversación ya no eran las propuestas electorales sino la autoexclusión de Feijóo. Será difícil conocer el impacto de esta decisión estratégica del PP, pero la realidad es que ha supuesto un cambio radical en la percepción popular. Antes del debate del miércoles, escuchabas el repicar, que no replicar, de los argumentarios que los estrategas de los partidos habían logrado vender. Esa era la impresión cuando solo se oían pronunciamientos sobre asuntos que no afectan directamente al discurrir diario de la inmensa mayoría de la población. Sorprendía no escuchar apenas opiniones sobre impuestos, pensiones, salarios, peajes actuales y venideros, intervención en los precios, regulación de las ayudas agrícolas, la controvertida desviación de impuestos para el ocio de jóvenes en determinado rango de edad, la urgencia de regular suelo y vivienda con carácter social y no especulativo, las apabullantes listas de espera en la sanidad o el vidrioso debate de las ayudas que desincentivan el trabajo. Poco o nada de esto y otros muchos asuntos surgían en las improvisadas tertulias de barra de bar. Únicamente se encendían los ánimos cuando asomaba su patita el recuerdo de ETA, los acuerdos parlamentarios con grupos más radicales, la inclinación al palo y tente tieso en todo aquello que no concuerda con uno mismo o cuando la orientación sexual se esgrime como accidente y no como derecho de la naturaleza. Habíamos caído en la trampa.