Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


En la playa

05/06/2023

Si el lunes pasado alguien nos hubiese pedido que escogiésemos una fotografía capaz de resumir la jornada electoral del 28M, pocos hubiésemos dudado en señalar la de Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida encaramados al balcón de la sede madrileña del PP y celebrando con la cayetanada más ardiente la victoria conservadora y el nuevo mapa político de España que han dibujado las urnas. El martes, sin embargo, la hubiésemos cambiado sin duda alguna por una de Pedro Sánchez en el trance de convocar elecciones generales anticipadas para el 23 de julio, ante el pasmo general y el aturdimiento del PP, que aún no ha sabido explicar con claridad por qué le parece tan mal que el Gobierno haya atendido por fin las exigencias de Feijóo de acortar la legislatura. Pero el miércoles habríamos mudado una vez más de parecer para señalar una nueva y definitiva imagen que, a nuestro juicio, resume y contiene como ninguna lo que está ocurriendo en estos días trepidantes: la de la periodista Àngels Barceló levantando airada los brazos en los estudios de la SER en el momento mismo en que Sánchez anuncia el adelanto de las elecciones, irritada no porque considere que la decisión del presidente altera las reglas del juego democrático, ni porque intuya que vaya a acarrear consecuencias perniciosas para la presidencia española de la UE, sino más bien porque se acaba de enterar de que le han chafado las vacaciones. 

Pocos españoles, sea cuál sea la bandera política que abracen, habrán dejado de sonreír un instante y sentirse un poquito identificados con doña Àngels: de súbito, la principal preocupación de nuestros compatriotas consiste en no olvidarse de solicitar el voto por correo y en escaquearse de la forma que sea una hipotética designación como miembros de una mesa electoral. Algunos entenderán la decisión de Sánchez de hacernos votar en julio como un rasgo de su natural intrépido y de su genio político, en tanto otros acaso la juzguen como la maniobra de un trilero sin escrúpulos, pero todos convendremos en que no es la medida más popular de las que podían adoptarse. Porque el personal quiere decidir el futuro de España, pues claro que sí, pero que antes le dejen pegarse quince días en la playita sin tocarle las narices. Hasta ahí podíamos llegar.