María Jesús Jabato

Señales de vida

María Jesús Jabato


Año Nuevo

30/12/2023

Está a punto de echar la persiana el año y, curiosos, asomamos ya la nariz a lo que se avecina echando un ojo al Calendario Zaragozano, que dice siempre lo mismo, y otro a los vaticinios de Nostradamus, que auguran un 2024 movidito; un terremoto en California, el inicio de la Tercera Guerra Mundial con China, Rusia y Estados Unidos en conflicto, grandes inundaciones y sequías debidas a la intensificación del cambio climático, el derrocamiento de los reyes Carlos III y Camila de Inglaterra acompañado de intrigas palaciegas, y la muerte del Papa Francisco, al que sucederá otro de piel oscura. Dios nos coja confesados, porque el oráculo francés ha errado poco. Acertó al predecir el sobrecogedor mandato de Hitler, las bombas atómicas de Hirosima y Nagasaki, el asesinato de Kennedy, la extraña muerte de Juan Pablo I o el atentado de las Torres Gemelas, además de otras calamidades menores. Ante horizonte tan inquietante, echamos la vista atrás en busca de sosiego, porque nuestros antepasados del XIX vivían el fin de año con menos previsiones de futuro, practicando lo que, tan afrancesados ellos, llamaban étrenne o estreno, refiriéndose a los regalos que se intercambiaban en Año Nuevo, un detalle amable, generalmente dulces o libros, con los que daban la bienvenida al tiempo venidero. Pero ya hemos perdido la costumbre del estreno y cada año entra en nuestras vidas -o nosotros entramos en la suya, a saber-, sin zalamerías, sin nada que azucare lo que nos espera, salvo las uvas de Nochevieja, que también son un invento del XIX, en este caso para facilitar la venta de la cosecha anual. Entre recibir el año con bombones y recibirlo con la espada de Nostradamus sobre la cabeza, nos quedamos con lo primero, claro está. Solo nos resta esperar que el profeta yerre en sus funestos augurios y, en caso de que acierte, proponernos no sufrir más de la cuenta, como sabiamente dicen los versos de Gloria Fuertes: A primeros de enero de un año cualquiera,/ con amores y nombres seleccionados,/ con los huesos maduros a mitad de mi vida,/ me prometo solemnemente no sufrir demasiado.

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