Cada vez que cojo el mando de la tele siento escalofríos. Es tanta la actual oferta de la 'caja tonta' que no acabo de adaptarme. Si deseo ver una película tengo todos los géneros posibles a mi disposición, desde el más clásico (y estoy hablando del cine mudo) hasta los estrenos casi de máxima actualidad. Si quiero ver una serie, el catálogo es inabarcable. ¿Genial, no? Pues no.

Hay tanto que ver que comienzo a pasearme por los menús compulsivamente sin saber qué opción elegir, de manera que pienso, dudo, consulto… Y cuando por fin me decido ya me tengo que ir a la cama, que mañana es día de escuela.

La solución podría ser la vuelta a la tele convencional y dejarse de tantas historias. Pero, ¡ay amigo!, con la Iglesia hemos topado. El otro día llamaron a mi mujer desde el establecimiento donde contratamos la telefonía y la comunicaron que nuestra tarifa se había quedado obsoleta, por lo que había que cambiarla por otra, por supuesto, más cara. A cambio tendríamos un número infinito de plataformas televisivas. «Ni hablar», respondió, pero la contestaron que todavía estábamos en periodo de permanencia y no teníamos otra opción. Cuando fuimos al comercio de la compañía a protestar nos dijeron, ante nuestra sorpresa, que desde allí no nos habían llamado para nada, que debería haber sido un agente comercial haciéndose pasar por dependiente de esa tienda y que nos había 'colocado' el nuevo contrato. La única solución era llamar a eso que denominan 'Atención el cliente', ubicado en un lugar indeterminado del globo terráqueo y atendido por seres que hablan castellano con todos los acentos conocidos: latinoamericano, andaluz, gallego, asturiano… Lo digo porque las llamadas fueron numerosas, la disposición en arreglar el conflicto muy buena y el resultado siempre el mismo: ni puto caso. Ya está el tema denunciado, pero hay que conseguir que estos piratas de la comunicación dejen de abusar, engañar y robar al pobre consumidor. Aunque solo sea para que yo sepa lo que ver en la tele.