Si resultara elegido como alcalde en las próximas elecciones municipales -cosa difícil, porque no me presento- prometo desde ya erigir dos monumentos en la localidad y promulgar un bando instando a la población a detenerse ante ellos cuando pasen por delante y realizar una inclinación de cabeza en señal de respeto, gratitud y consideración. Uno de los dos monumentos estaría dedicado a las madres. Ser madre hoy y ahora en este país es de una osadía sin límites. Si eres madre joven te arriesgas a descolgarte de tu profesión. Si prefieres esperar y asegurar el porvenir, embarazo de riesgo. Si por fin tienes el niño, no tienes tiempo ni para llevarle a la academia de inglés.

Si no le llevas a inglés, no podrá salir de este país en el que tanto se maltrata a los jóvenes. Y si no sale del país, o se hace funcionario o tendrá un SDM (sueldo de m) que no le permitirá tener hijos ni pagarte a ti la residencia.

El otro monumento sería para los autónomos y pequeños empresarios. Lo merecen. Son los que crean riqueza. Los que nos pagan a todos los demás: jubilados, parados, funcionarios, que somos legión. Es verdad que todos vivimos de los demás, pero los jubilados, parados y funcionarios vivimos de los demás aunque los demás no quieran que vivamos de ellos; en cambio, los autónomos viven de los demás sólo si les convencen de que adquiramos sus productos. Corren mucho riesgo: arriesgan su capital, arriesgan su salario (muchas veces cobran menos que sus empleados), se arriesgan a que les suban las cotizaciones sin avisar, o la luz, o el gas, o la gasolina. Y no pueden ponerse enfermos. Este país se divide en dos: los que pagan impuestos y los que viven de ellos. Mientras los primeros sigan pagando, el país aguanta. Pero como se cansen…

A las madres y a los autónomos no les aplaude nadie a las ocho de la noche, desde los balcones. Nadie les apoya: ni gobierno, ni sindicatos. Y dependemos de ellos. Deberíamos ponerles un monumento.