Entre tanta campaña y jornadas de reflexión nos va a estallar la cabeza. Si no lo consiguen las peroratas de los candidatos, lo harán los análisis de politólogos y demás opinadores que llevan una semana diciendo una cosa y la contraria para intentar entender la decisión de Pedro Sánchez de adelantar las elecciones al 23 de julio. Ingenuos ellos, que creen que se puede bucear en la mente de un personaje tan maquiavélico como el presidente del Gobierno y de susurradores tan siniestros como su jefe de Gabinete, Óscar López. La política de laboratorio, cimentada más sobre series de televisión que sobre principios, es imposible de desentrañar, porque siempre hay un giro de guion más perverso que el del capítulo anterior. 

Hay quien argumenta que, con esta maniobra, Sánchez evita una rebelión interna. Cándidos ellos, que creen que el PSOE actual es algo más que un partido norcoreano, tal y como quedó acreditado en la visita triunfal del general secretario a sus diputados y senadores. Se miraban los unos a los otros para ver quién dejaba antes de aplaudir, posiblemente para delatarle cuando llegue el momento de hacer las listas. Es muy inocente dar crédito a los que ven en García-Page un cabecilla al que se pueda aferrar la resistencia. El presidente castellanomanchego ha ganado por los pelos y no tiene el carisma ni los apoyos que le animen a intentar hacer sombra al líder supremo. 

Lo único cierto es que 'el gobierno de la gente', ese que iba a prohibir trabajar en la calle durante las alertas por calor, convoca a los ciudadanos, entre ellos millones de personas mayores, a votar el 23 de julio, a más de 40 grados. Se ensaña con crueldad con los que le dieron la espalda el 28M. No sé cómo saldremos de esta, pero si Feijóo termina gobernando, no le arriendo las ganancias. Lo que le espera, le hará añorar Galicia a diario.