Para todo hay una primera vez, y esta es la primera vez que escribo una columna en un periódico. Un medio que requiere para su lectura disponer del tiempo suficiente, del necesario tiempo de relax dedicado a leer. Me anima a hacerlo ejercitar el derecho constitucional a expresarme libremente, siendo consciente de que, desde tiempo inmemorial, este es un ejercicio muy arriesgado.

El que se expresa libremente o es un niño, o un loco, o tiene muchas papeletas para acabar en la hoguera. Manifestar públicamente la opinión es abrir la puerta a toda una corriente de ilustres pensadores que, bajo la falsa premisa de que una opinión vale lo mismo que cualquier otra opinión, venga de donde venga y la exprese quien la exprese, no dudan en quemar mediante el descrédito a todo aquel cuya opinión no les merece su consideración simplemente porque no es de su gusto, sin entrar a valorar si lo que se dice responde a algún criterio.

Yo no sé ustedes, pero cuando quiero tener una opinión valida sobre mi salud busco el criterio de profesionales sanitarios. Lo mismo hago con el resto de opiniones sobre aquellos asuntos que me interesan, buscar la de quienes tienen algún criterio sobre la cuestión, por mucho que mis amigos y conocidos, sin tener ni idea del tema concreto, disfruten lo indecible haciéndome llegar sus impagables opiniones al respecto.

En consecuencia no busquen en esta columna otra cosa que no sea el relax durante el tiempo de lectura. Disfrutar, si es que da para ello, de un texto cuyo motivo principal no es otro que usar la oportunidad que se me brinda para, cada cierto tiempo, trasladarles libremente una opinión que intentará entretenerles o interesarles con un algo que, a veces, podrá venir vestido de queja, de reivindicación, de constatación de hecho, o de algo similar o parecido sobre alguno de los muchos asuntos terrenales que, como en el resto de España, ocupan y preocupan en la Ribera del Duero. Espero que les guste.