Solemos estar seguros de que controlamos lo que ocurre a nuestro alrededor, de que conocemos bien a esas personas que forman parte de nuestro día a día, que no hay entresijo que se nos resista, ya que nos creemos capaces de ver a través del velo del engaño. Sin embargo, quien menos sospechamos puede estar pasando cada día por un calvario, tratando de ocultar su miedo bajo falsas sonrisas y miradas esquivas. 

Pero el dolor se aferra a su piel, luchando por ser visto a través de las capas de maquillaje y de la ropa que trata de disimularlo. Aquellas heridas que permanecen en su piel deben ser desveladas. Las marcas del cuerpo se pueden cubrir, pero no el desgarro de su mente y de su corazón. El miedo impide en ocasiones pedir ayuda, pero también la falsa creencia de que todo cambiará o la incredulidad de las víctimas ante la situación que están viviendo. No siempre se dan cuenta de que lo que están viviendo no tiene por qué ser así, que no es su culpa y que mucho menos merecen ese trato. 

Los golpes destrozan la piel, las palabras hieren como puñaladas y dejan profundas cicatrices en los recuerdos. La ausencia de estas últimas huellas dificulta a la víctima ser testigo de la realidad que vive y al entorno percatarse para ayudarle. 

Hay casos en los que los niños son testigos y víctimas de las atrocidades que quedan forjadas a fuego en sus inocentes miradas, calmadas a duras penas por esta sociedad que no consigue frenarlo. Cada año son más las víctimas de violencia que arrastra a familias enteras hacia un mundo de incertidumbre y soledad. Pero no tiene por qué ser así, hoy en día se dispone de recursos y espacios seguros que se encargan de que tanto las víctimas como su entorno se encuentren arropadas en esos momentos de lucha. Recuerda: no te vamos a soltar la mano, no estás solo.