Rocío Martínez

Pegada a la tierra

Rocío Martínez


Vivir como si fuera el último día

15/10/2023

Cuando eres joven no piensas en el futuro. Lo das por supuesto. Si tienes un poco de suerte, y no te toca vivir ningún drama, tus máximas preocupaciones son aprobar los exámenes, el plan del fin de semana, elegir extraescolares, si te hace caso el chico que te gusta… una vida despreocupada, feliz. Inquietudes enormes en los albores de la vida que en la edad adulta se evocan con una sonrisa. Hasta las lágrimas por los primeros amores tornan con los años en recuerdos bonitos, bella nostalgia. Bendita inocencia, bendita ignorancia de lo que se avecina. 

Porque luego la vida se pone seria. Empiezas a tomar decisiones que marcan tu camino, toca volar solo, fuera del ala protectora de tus padres, y arrancan los desvelos de verdad: ¿tendré trabajo?, ¿me podré comprar una casa?, ¿quiero tener hijos?, ¿puedo tenerlos? Y llegan las pérdidas, inevitables por el paso de los años de las personas que te rodean, de esos adultos que han sido tu refugio, abuelos, tíos, padres… Ley de vida, que en ocasiones llega demasiado pronto. Y esa salud de hierro que no valoramos cuando somos jóvenes y nos sentimos inmortales, empieza a dar disgustos. Y ahí sí, de forma abrupta empiezas a ser consciente de que la vida es finita. Y que el mundo amable, la nube de algodones en la que la mayoría crecemos envueltos en amor y protección familiar, se vuelve a veces hostil. ¡Zas! La vida puede ser agotadora y dolorosa.

Y ese peso, esa gravedad puede caer como una losa sobre nuestros hombros, pero también esa percepción de que nada es eterno puede llevarnos a disfrutar cada día como si fuera el último, porque puede serlo. No hay más que ver las noticias atroces que nos abofetean el alma. Guerras, asesinatos masivos, violencia sin sentido. Seres humanos, inhumanos más bien, que siembran el mundo de miedo y horror. O enfrentarnos cara a cara a muertes cercanas, a enfermedades propias o ajenas. No se dejen nada por hacer, si algo les hace felices, háganlo, no lo pospongan a mañana. Y no, la felicidad no está sólo en eventos grandilocuentes. Los días normales pueden ser extraordinarios. Un ratito de running viendo asomar las agujas de la catedral tras el Arlanzón, una charla tomando un vinito, la risa de un niño, un trabajo que te gusta, un gol, una canasta, un libro, una peli, un vestido bonito, el periódico de los domingos, un buenos días con una sonrisa, un te quiero, un reencuentro… VIVIR. Que, tal y como está el mundo, no es poco.