La llegada de las fiestas navideñas está a la vuelta de la esquina y con ellas todas las tradiciones que cada familia mantiene desde hace décadas o no. La gastronomía es una de esas cosas que se repiten año tras año en las comidas y cenas de Navidad como si nada cambiara. El marisco, la sopa de pescado, el lechazo o los dulces más típicos llegan a nuestras mesas casi al precio que sea, aunque últimamente hay algunos a los que se ha tenido que renunciar por su incremento desmedido gracias a la inflación, el aumento de los costes y otros múltiples factores que se van sumando (ninguno de ellos resta, curioso).

Y precisamente ando yo estos días indignado después de leer la información del compañero Guillermo Arce sobre la llegada de corderos franceses, y en menor medida de otras tierras, para alegrar la mesa de muchas familias durante estas Navidades. Ojo, que no me parece mal que, apretados por las necesidades, haya quien no pueda o no esté dispuesto a pagar el precio de un buen lechazo churro nacido, criado y matado en la provincia burgalesa e incluso en alguna otra de las tierras castellanas. Lo que me indigna es que grandes cadenas de supermercados o carnicerías tradicionales, me da igual, puedan colarnos esa carne proveniente del país vecino como si procedieran de los cada vez más escasos rebaños que viven en nuestras explotaciones.

Hay que vigilar más y garantizar una trazabilidad que permita al consumidor comprar con confianza. Si se puede permitir pagar un rico lechazo churro seguramente que todos sus sentidos se lo agradecerán, y si las circunstancias le aconsejan comprar un cordero con un precio más asequible, pues también estará muy rico con un buen tratamiento en la cocina. Eso sí, que cada uno sepa lo que compra y lo que come.