La polvareda levantada estos días por lo ocurrido con Vinícius en el último partido del Real Madrid con el Valencia ha traspasado nuestras fronteras y ha hecho saltar todas las alarmas sobre lo que está ocurriendo en el fútbol. Hace tiempo que nos hemos pasado de la raya y ahora hay que frenar a un caballo que corre desbocado. Será difícil, pero es indudable que todos debemos contribuir a que en un campo de fútbol no se escuchen insultos ni amenazas contra futbolistas, entrenadores o árbitros.

Parece mentira que haya que decir/escribir ciertas cosas. El fútbol es un deporte y uno debería acudir a cualquier partido con el ánimo de animar a su equipo, aplaudir las acciones que le gusten y pitar al rival. Cualquier cántico o grito que contenga un insulto contra los protagonistas o sus familias debería ser desterrado para siempre de los campos de juego. Y las personas que los rebuznan, perdonen la expresión, también.

Y este cambio de actitud, que principalmente deberían impulsar LaLiga, la Federación y los clubes, tendría que ir mucho más allá del racismo. Y no le quito importancia a los insultos contra el color de la piel de Vinícius, que ya antes sufrieron sus compañeros Etoo o Iñaki Williams, pero me parece igualmente insoportable los cánticos de «tu hijo se va a morir» que tuvo que escuchar Mijatovic poco antes de que el chaval falleciera con 14 años por una hidrocefalia. Y así podría seguir con ejemplos que prácticamente se producen todos los fines de semana.

Esto requiere una solución drástica. Hay que poner el listón alto, no dejar entrar a los estadios a quienes insultan, sean los que más animan o no. Mientras los clubes y quienes organizan el espectáculo no se lo tomen en serio no podremos acabar con esta lacra. Y recuerden, las palabras provocan muertos.