Aún conserva palabras y expresiones que remiten a otra geografía, pese a que haga más de cuatro décadas que se alejara de allí. Términos como 'cuadra' o 'boliche' no han desaparecido de su vocabulario cotidiano; tampoco lo han hecho los numerosos recuerdos de su experiencia como emigrante en la Argentina. El burgalés Antonio Lagunas no ha visto todavía la premiada película 1985, que narra la historia del juicio que se siguió contra los altos mandos militares que encabezaron la sangrienta dictadura en aquel país del cono sur americano entre 1976 y 1983, pero tiene claro que nunca se reconoció lo suficiente a Raúl Alfonsín, el presidente que sentó en el banquillo a Videla y compañía. «Se hubiera merecido el Premio Nobel de la Paz. Después de Nuremberg, no ha habido un proceso igual. Fue muy importante», asegura.
Cuarenta años después del final de aquella atroz dictadura que asesinó a decenas de miles de personas -muchas de ellas aún desaparecidas-, que robó a niños y sometió a torturas innombrables a un sinfín de víctimas, Antonio Lagunas es la memoria viva de aquella época negra. Y lo puede contar casi de milagro. Este burgalés, que trabajó en Varta hasta su jubilación, emigró a Argentina en 1963; allí tenía ya un hermano y un tío cuando decidió cruzar el Atlántico para probar fortuna. Se instaló en la ciudad de San Carlos Bolívar, en la provincia de Buenos Aires, donde nunca le faltó trabajo. Durante los años que pasó allí siempre estuvo empleado en establecimientos comerciales, llegando a abrir uno propio, que bautizó como 'Boliche Antonio', «que era una tienda de ultramarinos». No le fue mal, aunque no se hiciera de oro, y siempre tuvo en mente regresar a España.

(Reportaje completo en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos)