El 'nuevo' clima rompe el calendario y acerca la doble cosecha

G. ARCE / Burgos
-

La variedad geográfica que caracteriza a la provincia la hace mucho más resistente a la sequía y a las olas extremas de calor o frío, pero no impedirá cambios drásticos en la forma de trabajar los campos

El ingeniero agrónomo Jorge Miñon defiende que la gestión del campo va a experimentar una profunda transformación. - Foto: Patricia

Por mucho que suenen, las bocinas de los tractores que se han escuchado esta semana no van a parar los cambios que está provocando el clima en la agricultura y la ganadería en los últimos años. Mejor o peor gestionada, es una realidad natural -forzada por el hombre y por un cambio en los ciclos geológicos del planeta- que ya está en el campo, que plantea nuevas estrategias como el traslado o cambio de cultivos, el ajuste en los calendarios de siembra, el fenómeno de las dobles cosechas o las plagas de nuevo cuño contra las que habrá que luchar. Incluso los tractores que estos días inundan las calles caminan hacia su inexorable robotización y a la digitalización de todos las labores. 

A medida que los cambios son más que evidentes, el control del agua, del fuego y también del frío es cada vez más valioso en Burgos, así como la apuesta por la investigación genética y, por extensión, por la investigación avanzada en la tecnología del dato. 

El calendario tradicional que rige los tiempos del campo, coinciden los expertos, es cada vez más impreciso y poco fiable. Conviene confiar más en la información puntual de los satélites, la gestión de los datos y la precisión digital en las labores que en el santoral.

El ingeniero agrónomo Jorge Miñon cree que «Burgos es más resiliente al cambio climático, pero no lo va a poder evitar».El ingeniero agrónomo Jorge Miñon cree que «Burgos es más resiliente al cambio climático, pero no lo va a poder evitar». - Foto: Patricia

Los viticultores llevan años explorando alternativas al cambio del clima»

En todo este proceso, y de ahí buena parte de las quejas escuchadas en los últimos días, el agricultor necesita mucho músculo financiero para asumir estos retos, algo que ahora es imposible con la crisis de los precios, y también disponibilidad de mano de obra durante más periodos del año, lo que también es extremadamente complejo.

De entrada, una provincia tan extensa y tan variada se muestra más resistente a los cambios bruscos del tema, pero no es ajena a ellos. En un mismo territorio conviven cuatro climas diferentes, desde la comarca de Belorado/La Bureba, pasando por el norte, Arlanza-Arlanzón y Pisuerga, y la zona Sur. En todas ellas, se ha producido un descenso de las precipitaciones en los últimos años, así como en el rendimiento de las cosechas, un aviso de que no les queda otra que adaptarse a unas condiciones climáticas diferentes.

Uno de los cultivos más sensibles a estos cambios es el viñedo, explica Jorge Miñón, ingeniero agrónomo burgalés e integrante de la tecnológica agraria aGrae. Se trata de un cultivo que ha prosperado en zona secas de la provincia y que está acusando la falta de precipitaciones en otoño e invierno de los últimos años.

El exceso de calor cambia las maduraciones del fruto y las hace más artificiales»

La vid, como otras plantas arbustivas como los frutales (manzanos y perales) y el resto de árboles, también necesitan frío en su momento adecuado del año para propiciar las floraciones. «Si hasta ahora teníamos cuatro flores por rama con un frío normal, ahora, con temperaturas más cálidas solo tenemos dos. Y eso es menos fruto y menos producción. El frío estimula que las plantas lleguen a su fase reproductiva y acompasa su ciclo vital».

Ante esta realidad, explica Miñón, se está recurriendo a las podas tardías en los viñedos, durante este mes de febrero, para acompasar al clima real. «Las maduraciones han cambiado con los frutos más adelantados. El exceso de calor cambia su calidad, descompone los aromas y complica el manejo de la uva en bodega».

Estos riesgos, exceso de calor, poco frío y agua, ha llevado a muchas bodegas a buscar emplazamientos más altos, por encima de los mil metros de altura, como ya ha ocurrido en Caleruega o en diversas comarcas de la vecina Soria. «Se busca que la maduración de la uva se retrase y sea más lenta. En el fondo, se quiere que sea más natural».

En muy pocos años veremos robots trabajando en los campos»

Se está huyendo de las zonas de vega, más proclives a las heladas y a concentrar las masas de aire gélido. En otras comunidades autónomas se está arrancando viñedo para su traslado a otras zonas más protegidas a los cambios climáticos. 

«Burgos trabaja con la variedad tempranillo y sus clones y ha eliminado todas las variedades autóctonas, más adaptadas a cada territorio. Hay proyectos en marcha para localizar y caracterizar la genética perdida de las cepas y poco valorada hasta la fecha», explica este experto, que ha desarrollado buena parte de su trayectoria en el Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (Itacyl) y en la UBU. 

Frutales. Entre el agricultor se ha extendido la idea de que el aumento de las temperaturas favorece el cultivo de árboles sustitutivos que no son típico de la geografía local. Existen experiencias, pero las plantaciones de almendros o pistachos por encima del margen norte del Duero, no funcionan, es decir, dan cosechas muy aleatorias y, en muchos caso, los frutos son pobres.

Burgos mantiene microclima de Las Caderechas, sobre el que también pesan las amenazas pese a su adaptación y protección. «Está claro que la rentabilidad de unos cultivos va a desaparecer, pero aparecen nuevos cultivos cuya explotación sí puede ser rentable. Si descienden las horas de frío al año, se puede abrir paso a otros cultivos que ahora no se desarrollan». En Merindades hay alguna experiencia puntual con el melocotón y en Andalucía con un fruto tropical como el cacao.

Cereal. Jorge Miñón otorga casi más importancia a que la realidad del cambio climático entre en la mente del agricultor y transforme su forma de operar, especialmente en el cereal. 

Descarta, de entrada, la referencia tradicional al calendario («que no acierta en los últimos años») y apuesta por prestar mucha atención a las previsiones meteorológicas y al catálogo de variedades genéticas del grano en el mercado. «En Burgos se estila el Craklin, una variedad de trigo blando de toda la vida que no está adaptada a los cambios en los tiempos de siembra. Tenemos que jugar con cultivos de ciclo largo o corto, dependiendo de las condiciones climáticas de cada año. Necesitamos semillas con un desarrollo más corto y todos los años se desarrollan ensayos para buscar las variedades más adaptadas».

Están bajando los niveles freáticos del agua. Hay que mejorar su gestión»

Nos abocamos a cambios tan drásticos que ya empiezan a ser viables las dos cosechas al año en algunas zonas de Burgos. «El cambio climático ya está abriendo estas ventanas. En Aragón-Sabiñena cultivan cebada y maíz y en la provincia puede haber zonas que pueden dar dos cultivos, siempre y cuando haya disponibilidad de agua. Cereal y maíz de ciclo corto en el valle del Arlanza o leguminosas y girasol en Odra Pisuerga».

Las plagas también cambian. Actualmente, explica Miñón, es habitual confundir los daños del topillo con el zabro, un coleóptero que ataca a todos los cereales, salvo la avena. «Se come la planta en un estado muy inicial y genera rodales que se confunden con la acción de los topillos». 

Este escarabajo prospera en los inviernos cálidos, en las siembras tempranas y las rotaciones de cultivos que propicia la PAC.

Agua. La falta de lluvias no solo está afectando a Cataluña o Andalucía, también es evidente en los rendimientos de la tierra en Burgos de los últimos años. Llueve menos, pero también hace más calor, como ha quedado demostrado el pasado mes enero. 

«Están bajando los niveles freáticos a nivel nacional, lo que afecta a los pozos de riego y también a los niveles de agua de los ríos».

Hay una falta de gestión en el territorio, están desapareciendo los manantiales y las fuentes. Se hacen concentraciones parcelarias, parques eólicos y fotovoltaicos y redes de caminos realizados con máquinas sin pensar en la orografía tradicional y en el orden por el que se distribuye el agua, en lo que se denomina la línea clave. «El paisaje tiene que ser coherente con el cambio climático y tenemos que entender los terrenos de acuerdo a esta realidad. Debe ser capaz de captar y distribuir los excesos puntuales de agua y evitar las colmataciones y erosiones. No podemos olvidar los diseños de la naturaleza ni tampoco los criterios de la agricultura de conservación».