Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Asesora, que algo queda

01/04/2024

La política es un lugar curioso, un sitio oscuro en el que si te hacen ministro te pones de asesor a un paisano con credenciales y cualidades de machaca de club que te soluciona los asuntos. Es un espacio en el que si eres presidenta de una comunidad autónoma escoges de asesor principal-ideólogo a un tipo con los escrúpulos justos y las ganas de bronca siempre disparadas. Si, en lugar de otras aptitudes, los que tocan la cima buscan estas virtudes será porque en esa ciénaga el barro pasa por mucho de la cintura.

Los dos casos anteriores son evidentemente las parejas Koldo-Ábalos y Miguel Ángel Rodríguez-Ayuso. Entre los dos asesores, resulta mucho más interesante como personaje el segundo; Koldo, el hombre, da lo que da y se le ve. En cambio, Rodríguez tiene ese punto de figura maquiavélica, intrigante, de eterno superviviente a toda costa. Parece poseer todo eso y, además, una concepción muy elevada de sí mismo, esa seguridad de los que andan por la vida creyéndose más listos que los demás.

Si alguien tiene esa idea en la cabeza acaba por no cortarse y escupir su soberbia a los que se le ponen delante, como el macarra del patio del colegio. Eso es lo que hizo exactamente con la prensa no afín, en un mensaje bochornoso, recientemente.

Pero yo, cada vez que veo a este señor, no puedo evitar reírme al recordar el momento en que, hace años, encontró la horma de su zapato. Fue en el programa Caiga quien Caiga, que llevaba Wyoming y su cuadrilla. El caso es que los reporteros, elegantemente vestidos de negro, entregaban después de sus entrevistas en la calle, el congreso o donde fuera sus distintivas gafas de sol a políticos, personalidades e incluso al anterior monarca. El personaje se las ponía y esa era la gracia.

El caso es que Miguel Ángel Rodríguez, omnipresente entonces con Aznar, andaba siempre pidiéndolas y los reporteros, un poco por 'puteo', le daban largas. Al final, un día, se las entregaron. El tipo se puso contentísimo, se las colocó y empezó a decir «No veo nada, ¿qué pasa?». Resultaba que no veía porque le habían pegado unos ojos como fuera de las órbitas, en plan loco, encima del cristal, que era lo que veíamos todos y nos partíamos al contemplar al chulo que va de listo transformado en un tolai de libro.

Quizás usted a partir de ahora, cuando salga en la tele, tampoco pueda evitar verle así. Justicia poética, tal vez de lo poco que nos quede. Salud y alegría.