Cuando las apariencias engañan

SPC-Agencias
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Chimo Ferrándiz, el asesino en serie de cinco mujeres al que todos consideraban muy educado, buen hijo y excelente vecino, sale de prisión tras cumplir 25 años, el máximo que permite la ley

Cuando las apariencias engañan - Foto: ALBERTO ESTÉVEZ

Muy educado con las mujeres, excelente vecino, un buen hijo, un empleado ejemplar y un compañero apreciado. Bajo esta descripción casi unánime de quienes le conocían se ocultaba un asesino en serie, Chimo (Joaquín) Ferrándiz, que mató a cinco mujeres y lo intentó con otras dos en momentos en los que no tenía pareja o había cortado con ella.

En libertad desde el pasado 22 de julio después de cumplir 25 años de prisión -el máximo que permitía la ley, aunque fue condenado a 69-, nadie en su entorno imaginaba que este hombre, con un alto coeficiente intelectual, fuera el asesino de la profesora de inglés Sonia Rubio, de las prostitutas Natalia Archelos, Mercedes Vélez y Francisca Salas, y de la empleada de una fábrica de medias Amelia Sandra García.

Unos asesinatos que cometió entre julio de 1995 y septiembre de 1996 en la provincia de Castellón y que se sumaron a dos intentos más en 1998, como recuerdan investigadores de la Guardia Civil que esclarecieron los hechos.

Antes de estos crímenes, en 1989, Ferrándiz, el mayor de tres hermanos y el menos conflictivo en casa, atropelló intencionadamente a una chica de 18 años que circulaba con su motocicleta. La auxilió y la montó en su coche para llevarla al hospital, según le dijo.

Pero lejos de ello, la llevó a un descampado y la violó, para dejarla después a las puertas del hospital. Alguien lo vio, fue detenido y condenado a 14 años de cárcel. Con una conducta intachable en prisión, cumplió seis años y salió en libertad condicional.

Ni su madre, ni su novia de entonces, Beatriz, quienes ejercían una gran influencia sobre él, creyeron en su culpabilidad y protagonizaron una campaña en medios locales para defender su inocencia.

Sonia Rubio desapareció en julio de 1995. Según se supo después, Ferrándiz la abordó a la salida de una discoteca en Benicàssim. Cuatro meses después apareció estrangulada en un paraje de Oropesa.

El caso coincidía casi en el tiempo con el hallazgo junto al cauce del río Millares, en Vila-real, de los cuerpos de tres prostitutas, también estranguladas.

Por estos tres crímenes fue detenido un camionero Claudio A.H., un viudo que frecuentaba la zona de prostitución del Vora Riu. Varios indicios le señalaban como autor y pasó cinco meses en la cárcel. Quedó después en libertad tras comprobarse que el asesino fue Ferrándiz.

Según cuentan las fuentes consultadas, un «chulo» vio el coche que se llevó a alguna de las mujeres, con la fatal coincidencia de que los coches del camionero y de Ferrándiz eran del mismo modelo y color. 

En septiembre de 1996, desapareció Amelia Sandra García. Cinco meses después su cuerpo apareció flotando en una balsa de agua en Onda, también en Castellón.

Ya en febrero de 1998 un hombre intentó estrangular a Lidia Molina, pero un vecino lo frustró. La joven denunció, la Policía le identificó y comprobó que estaba en la lista de agresores sexuales. No en vano había estado en la cárcel por violación. Era Ferrándiz.

Por esas fechas ya se habían desplazado a Castellón agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil para ayudar a sus compañeros de la Comandancia en la investigación.

Los agentes de la UCO comenzaron a indagar sobre su vinculación con las mujeres encontradas muertas. Con algunas de ellas había coincidido en zonas de copas que frecuentaban. Y con otra, con Mercedes Vélez, también porque fue novia de su hermano Francisco Javier. Sin embargo, según afirmó él mismo después, no la reconoció cuando la asesinó, dados su deterioro por el abuso de las drogas y la prostitución.

Los agentes constataron que el «modus operandi» era prácticamente idéntico. El autor las estrangulaba con sus manos -algo muy habitual en los psicópatas-, les tapaba la boca con una prenda íntima de mujer y las maniataba de la misma forma. A todas ellas las tapaba la cabeza. A Amelia Sandra García le machacó los dedos para dificultar su identificación.

No obstante, a pesar de esas coincidencias a los investigadores les sorprendió que el supuesto autor de los crímenes eligiera prostitutas pero también mujeres con una vida más normal. En cualquier caso, el hallazgo de los cadáveres ya había generado una gran alarma social en la zona. Consciente de ello, dejó un año de «enfriamiento» en sus delitos. También cesó porque tenía pareja.

El SOS que el FBI desoyó 

En esa época ni en España ni en la mayoría de los países se hablaba de perfilado criminal. Pero los agentes de la UCO decidieron involucrarse e hicieron un perfil con todo lo que tenían tanto de las víctimas como del supuesto autor. Lo mandaron al FBI, que sí los hacía, para recabar su opinión. «Todavía estamos esperando su respuesta», recalca crítico un agente.

Ferrándiz nació en 1963 en Valencia, donde vivió hasta los 14 años. Se crió con largas ausencias de casa de su padre, marinero, y con episodios de malos tratos en el ámbito familiar. La familia se trasladó a Castellón y cuando Ferrándiz tenía 17 años su padre murió. El mayor de tres hermanos, comenzó a trabajar muy pronto, como también muy joven se echó novia. Sus parejas le marcan, sobre todo su relación tormentosa con Beatriz, como el propio Ferrándiz refleja en su diario. Unos escritos en ocasiones despectivos hacia las mujeres.

Dicen los investigadores que Chimo no elegía a cualquier tipo de mujer, sino a un perfil que, en algunos aspectos, le recordaban a su novia. Por eso, no llegó a «picar» en algunos «cebos» de mujeres (agentes) que le pusieron mientras le investigaban.

Él no se consideraba un delincuente ni tampoco sabía por qué mataba. Sí se creía superior y, pese a que predominaban en él los rasgos psicópatas, mantenía una cierta empatía con su entorno.

Los agentes seguían sigilosamente sus pasos y el 12 de julio de 1998 observaron como Ferrándiz intentaba atacar a una joven después de desinflar la rueda de su coche. La mujer sufrió un accidente y él quiso llevarla al hospital. Los guardias lo detuvieron.

Ferrándiz reconoció sus crímenes y colaboró para encontrar objetos de una de las víctimas, pero en el juicio no quiso declarar.

El pasado 22 de julio abandonaba la cárcel. A la salida dijo que, por respeto a las víctimas, no volvería al lugar de los crímenes y que se iría al extranjero para rehacer su vida.