La magia solo sucede en el Bernabéu

Diego Izco (SPC)
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Un Manchester City asombroso y vengativo zarandeó al campeón con sencillez. Carlo Ancelotti creyó que sería un duelo de iguales y no redibujó la pizarra: ahí se quebró todo

Los jugadores del bloque español naufragaron en el Etihad. - Foto: EFE

El Manchester City es una cara obra de arte ensamblada por Pep Guardiola con mimo de orfebre relojero. Luego te puede ganar o le puedes ganar tú a él, pero hay algo evidente: la pelota va a ser suya, la presión va a ser alta, el delantero exige mil ayudas y los mediapuntas son muy listos. El pasado miércoles había que añadir a la ecuación un estado de forma excepcional y un hilo de 'vendetta' que planeaba desde el pasado curso, cuando fue el Real Madrid quien se llevó las semifinales. Más frescura. Más hambre. Más agresividad. Y más fútbol. ¿Por qué Ancelotti no varió entonces ni un centímetro su pizarra? Porque esperaba un duelo de iguales, un mano a mano de marcador equilibrado similar al de la ida o al de la campaña pasada… pero se equivocó el italiano al medir los 'momentos'. El City volaba y el Madrid miraba al suelo.  

La presión

El propio Guardiola explicó en la conferencia de prensa que solo realizó un movimiento táctico respecto al partido del Bernabéu: adelantar la posición de uno de sus mediocentros. Gundogan irrumpió en el área en el segundo gol, Rodrigo recuperaba la pelota en el último tercio del campo e incluso Stones -cuarto central en defensa- aparecía con frecuencia en la zona donde suelen transitar los mediapuntas. Con el equipo volcado hacia adelante (incluso Akanji se animó en la primera mitad a convertirse en extremo izquierdo) lo de la famosa 'presión tras pérdida' fue un escándalo. Los jugadores del conjunto merengue usaban el balón como una patata caliente. La primera mitad, esplendorosa para los locales, terminó con 2-0, 13 remates frente a uno, 72-28 por ciento en la posesión…  

Fútbol ficción

 ¿Y si llega a entrar ese remate de Kroos en el 34? El único disparo del Real Madrid en esa primera parte para el olvido se estrelló en el larguero. Y se puede elaborar una bonita fábula desde ahí: entra el 1-1, el City empieza a dudar de su plan (que estaba siendo arrollador) y los blancos se asientan en su terreno favorito, Modric engancha más la pelota, los defensas salen de la 'cueva'. «Todo pudo ser diferente», anhela el errático aficionado blanco agarrado a cuentos: la magia solo sucede en el Bernabéu. Porque la respuesta es «sí, pudo ser diferente: Courtois le sacó tres cantadas a Haaland». 

'Paños calientes'

El excepcional partido del City invita a una parte del madridismo (la que lleva la pancarta de 'Cero autocrítica') a poner 'paños calientes' sobre la derrota. Que si el rival también juega, que lo hace como los ángeles y le salió todo; que si ellos han gastado en seis años lo que nosotros en 20, y eso se nota; que si hay que valorar lo conseguido, y nadie puede decir que ha llegado a 11 semifinales en las últimas 13 temporadas (cinco títulos), etcétera. Y todo eso es correcto, pero hay 'paños fríos', aunque nadie se los quiera poner: el pasado año se tumbaron gigantes… y esta temporada a un Liverpool más que caduco y a un Chelsea penoso que se encuentran, qué casualidad, a 20 y 42 puntos, respectivamente, de los de Mánchester. Si lo mezclamos con los 14 de desventaja en Liga, caer en la autocomplacencia ya parece mucho más difícil. 

El 'otro'

¡Es cierto! El pasado martes se jugó otra semifinal. Y ganó el Inter. Y el duelo, mediatizado por el 0-2 de la ida, fue horrible. El City será claro favorito en la final, pero el rival es italiano, apuesta por tres centrales, hay buenísimos jugadores en todas las líneas y tiene una facilidad innata para afear los encuentros y convertirlos en torturas terriblemente incómodas para sus adversarios. No le importa jugar sin balón (de hecho, disfruta así) y asegura encuentros ásperos casi de principio a fin. Se cargó al Barça, al Benfica y al Milán. Y ahora, de clarísimo 'outsider', los Lautaro, Lukaku, Barella y compañía tienen ese lugar delicioso para casi cualquier deportista: jugar un partido sin nada que perder, donde nacen las esperanzas del no-favorito.