Rodrigo Pérez Barredo

Gol fantasma

Rodrigo Pérez Barredo


Memoria

23/05/2021

Como la vida, el fútbol también es emoción, sueño, vértigo, épica. Y memoria, siempre memoria. Uno creció escuchando de sus mayores proezas de un equipo de leyenda.Pero tenían resonancias prehistóricas: no había imágenes que sostuvieran aquellas evocaciones y colmaran la avidez de la futbolera criatura. Sólo la memoria de un padre y de un tío.Material etéreo, sí, pero más que suficiente, en cualquier caso, para alimentar el alma: siempre hay más emoción y más belleza y hasta más dignidad en un recuerdo, por más que llegue a los oídos deformado por el entusiasmo y el transcurrir del tiempo.
Fue precisamente este último el que se demoró en demasía, pero finalmente, ya medrado, aquel crío que se había ensoñado con gestas pretéritas pudo hacer vívido acopio de unas cuantas que desde no hace mucho narra a su prole con una pasión similar a la que le puso Víctor Hugo Morales al gol imposible de Maradona en elEstadio Azteca, el día en el que el tiempo se detuvo para que durante unos instantes resucitaran los muertos de las Malvinas y se rompieran las manos festejando la maravilla. 
La reacción de la chavalería suele mezclar incredulidad y fascinación. Tanto ardor, el relato de victorias míticas frente a grandes equipos, partidazos que son historia, los goles de Juric yEdu alMadrid, el de Alejandro al Barca, el penalti detenido en el último suspiro por Elduayen, la zurda de seda de Ayúcar, la elegancia y calidad de Balint. La memoria al rescate.La memoria como sustento del espíritu.Siempre la memoria. 
Y de nuevo el destino de frente: la élite está ahí, esperando al equipo de nuestros amores. El sueño a un paso en la cuna de Espronceda, que escribió Mi pecho hirviendo/ el cántico de guerra entonará,/ y al eco ronco del cañón venciendo, la lira del poeta sonará para que doscientos años después un puñado de guerreros  y sus huestes de hinchas se lancen a conquistar la tierra de los conquistadores.
Y esas caritas a las que deseas que un día, a no más tardar, puedan experimentar la inefable sensación que procura el hecho de que su equipo se codee con los mejores, y su memoria vaya almacenando momentos mágicos, pasajes heroicos, instantes que estarán tejidos de frustraciones y alegrías pero que conformarán sus recuerdos; y a sí mismos. Puede que un día, aún lejano, les cuenten a sus hijos lo que hoy pase en Almendralejo. Sea lo que sea lo que suceda será para ellos inolvidable; lo imagino tan hermoso como el día en el que, en un supermercado en el que había estado el campo de San Lorenzo, el Nene Sanfilippo le contó a Osvaldo Soriano en qué lugar exacto le clavó un gol a Boca. Ya no había pasto, ni porterías, ni gradas. Nada.
En su lugar, estanterías repletas, gente con sus carritos de la compra. No importó: Sanfilippo escenificó la jugada entre latas, bifes, verduras, frascos de mayonesa, y señaló un punto en el que se apilaban las pilas y las hojas de afeitar, el lugar exacto, dijo, por el que había entrado el balón aquella jornada memorable. Nadie puso en duda aquella evocación: después de que golpeara de zurda a la invisible pelota, el veterano futbolista rompió a festejar, las cajeras a aplaudir y Soriano a llorar de emoción porque su héroe de infancia había hecho de nuevo ese gol sólo para que él pudiera verlo.
Lo hizo de memoria. Hermosa memoria.  
¡Vamos, Burgos!