Retrato de un dolor insoportable

ANGÉLICA GONZÁLEZ
-

Nuestra Señora de la Soledad, aferrada a la corona de espinas con la que mataron a su hijo, recorrió las calles del centro arropada por sus cofrades y por las dulces voces de las Salesas, que cantaron para ella un delicado stabat mater

¡Al cielo con ella! Esta expresión, que a tantos creyentes emociona, se escuchó cuando los costaleros levantaron a la Virgen de la Soledad en la calle Barrantes frente al convento de las Salesas. - Foto: Luis López Araico

Aunque la intención era la mejor, ni los cofrades ni las damas con mantilla ni las bandas ni los miembros del Regimiento de Caballería España nº11 ni el olor a incienso ni los tres concejales, el delegado de la Junta y otros mandos civiles y militares que por allí se acercaron a acompañar a Nuestra Señora de la Soledad pudieron consolar a la madre de Dios. El cuerpo de su hijo estaba aún caliente y  ella, de negro riguroso con un manto de principios del siglo XX (1902) adornado con unas preciosas filigranas doradas, se aferraba a la corona de espinas con la que habían vejado y matado al fruto de su vientre. La figura que recuerda a la Virgen tenía el tono cerúleo de quien ha sufrido el mayor de los desgarros y la mirada perdida y cansada. Por eso, los veinte costaleros y el capataz de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad levantaron hasta el cielo los 400 kilos de la carroza con la misma delicadeza con la que lo hubieran hecho si su peso apenas hubiera sido de unos gramos.   

Así que salió de Santa Águeda sin percance a recibir los aplausos respetuosos de un no demasiado numeroso grupo de viandantes. Fue en Barrantes, frente al convento de las Salesas, donde Nuestra Señora de la Soledad se paró. Allí, colocada frente a las ventanas abiertas del edificio donde vive una de las comunidades religiosas más numerosas de la ciudad, pues son 15 las monjas que la componen, escuchó a las religiosas entonando como jilgueros un emocionante stabat mater, canción especialmente dedicada al dolor de la Virgen al pie de la cruz. Fue el momento más conmovedor. Muchas mujeres no pudieron contener las lágrimas, seguramente poniéndose en el lugar de la que ha perdido a un hijo.

Porque la Soledad se aferraba a la corona de espinas de Jesús de la misma manera que tantas otras madres lo han hecho al casco de una moto, a una sudadera o a la foto de un hombre joven que ha perdido la vida o a quien se la han quitado y representaba como nadie el peor dolor, el más injusto, el que no se puede explicar, el que solo se puede respetar y acompañar. Y así lo hicieron todos sus cofrades junto a los miembros de otras entidades de la ciudad y de la Hermandad del Santísimo Cristo del Milagro de Aranda de Duero, invitada para la ocasión.

Terminado el recorrido, Carlos Gutiérrez, el Hermano Mayor de la  Cofradía, recordó a todos los presentes que la madre de Dios solo les tenía a ellos en su soledad, y recitó un poema de Donato Miguel Gómez Arce: «Solo su sangre te queda, todo lo demás te falta aunque vayas a la piedra del sepulcro a la mañana», le dijo a la madre huérfana. La procesión se cerró con la interpretación por las bandas del himno a España.

El Mayordomo de la Cofradía, Alfonso Diez Ausín, expresó su deseo de que este sea el último año que la Soledad no puede indultar a un preso, una tradición que asegura que nació en Burgos en 1447 de la mano de Juan II de Castilla y con el nombre de 'el perdón del Viernes Santo de la Cruz. Y es que fue en 2016 el último año que pudieron desarrollar esta tradición porque desde entonces el Gobierno ha negado sistemáticamente concederlo a ningún preso. «Nos vamos a poner a trabajar desde ya y vamos a solicitar el apoyo de las instituciones para recuperarlo en 2024».