El abad del siglo XXI

R. Pérez Barredo / Burgos
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Un agradecido Dom Clemente Serna se despide del gobierno de la abadía benedictina para ocuparse de su salud y de su vida espiritual

«No es un adiós. Voy a seguir siendo monje. Un monje más». - Foto: DB/Alberto Rodrigo

Mira hacia el ciprés, recorre despacio, como si lo acariciara, su alargada estatura, y hay en ese gesto mucho de despedida aunque esto no sea un adiós. Durante años, se ha encaramado a ese símbolo natural para procurarle los mimos precisos con el fin de que continuara erguido, vivo en su enhiesta verticalidad, siempre apuntando al cielo. Su contenida emoción es muy distinta a las lágrimas que le llenaron los ojos cuando la comunidad le eligió hace veinticuatro años para que guiara su destino. Tiene la misma carga sentimental, pero es diferente; entonces las lágrimas eran pesadas, estaban cargadas con el agua salada de la responsabilidad. La turbación de ayer era liberadora, y se henchía de gratitud y reconocimiento. Pero este hombre tímido, lector de Santa Teresa, tertuliano de Dios en la Cámara Santa, donde vivió y murió Santo Domingo, no necesita en esta hora justificar nada: hoy el milenario monasterio del que se despide como abad es una institución más prestigiosa y está más fortalecida de lo que lo estuvo nunca. Hoy Silos es un sello de calidad imbricado en la vida no sólo religiosa, sino también  social y cultural de una región tantas veces acomplejada, ensimismada y fatalista; un ejemplo de algo que siempre propugnó este hombre lúcido y reflexivo que habla como en susurros sin regalar palabras: que los monjes también son hombres de su tiempo y que el ascetismo y la pax benedictina no están reñidos con el mundo exterior; que se puede conservar la esencia de la regla de San Benito sin aislarse del mundo.

Ese ha sido el salto de calidad que Clemente Serna le ha dado a Santo Domingo de Silos, aunque su rol en algunos ámbitos haya sido criticado por otros hombres de la iglesia por considerarlo mediático, demasiado activo fuera de los muros de la abadía como si esto supusiera cierto abandono de las funciones abaciales. Nada más lejos de la realidad, porque su legado es visible. Ayer recordó su llegada al cenobio siendo un mozo de trece años y cómo le gustaba pasear junto a las viejas ruinas del convento de San Francisco, ya soñando entonces con verlo reconstruido un día. Hoy es un lugar bellísimo, recuperado para la espiritualidad y para el arte, que es también una forma de expresión para acercarse a Dios. Serna ha sido efectivamente un abad mediático, acaso el primero de todos, como lo demuestra el hecho de que convocara ayer a los medios de comunicación para despedirse. Sereno, espigado, con el hábito adelgazándole más todavía, el ya abad dimisionario exhibió la flema de siempre en su despedida. «No es que me haya cansado de ser monje, sino que el mío es un cansancio psicológico por las preocupaciones y ocupaciones, el tira y afloja de las realidades humanas que son normales y hay que aceptarlas», dijo en referencia a su salud, debilitada en los últimos tiempo. «Por eso creí oportuno dimitir voluntariamente», zanjó, aunque podía haber continuado como abad hasta el final de sus días, para apostillar que así se abre un nuevo tiempo para personas nuevas, que también deben tener su oportunidad. «Ahora lo que más me ocupa es mi salud y mi vida espiritual», apostilló el padre.

La pesada carga de responsabilidades y obligaciones, los múltiples viajes -obligados por su cargo de Visitador de la Congregación Benedictina de Solesmes, merced al cual ha de acudir regularmente a monasterios de tres continentes distintos- han hecho mella en Serna, cuya vida al frente de la abadía burgalesa ha sido intensísima en este cuarto de siglo. «He querido evitar un cortocircuito», explicó. Con humildad    -«no quiero parecer un fantoche»- Dom Clemente Serna quiso destacar de su fabulosa gestión «el cuidado y el gobierno de los monjes que me han sido encomendados» y pasó de puntilla por encima de algunos de los grandes logros de su abadiato, «que he hecho sin armar jaleo, porque me parecía que era lo oportuno. Sin duda, uno de los mejores es el convento de San Francisco, que era una ruina total y que a mí me encantaba desde que era un niño. Pero seguro que se me han quedado muchas cosas en el tintero».

Pero han sido muchos más. Serna ha abierto una comunidad tradicionalmente cerrada al exterior. Ha sido el abad del siglo XXI, modernizándola en todos los sentidos. «Los tiempos cambian, y teníamos que ir con los tiempos, hubiese sido tremendo quedarnos rezagados». Interrogado sobre la idoneidad y conveniencia de que el ejemplo de Silos cundiera en otros monasterios y otras latitudes, respondió que sí «porque hay comunidades que se enquistan y están llamadas a la desaparición». Deja Dom Clemente una comunidad fortalecida, a la que siguen llamando jóvenes a sus puertas, chicos en su mayoría licenciados. A su futuro sustituto le pidió que «cuide bien a los monjes». Eso le pidió Dom Clemente Serna en su adiós. Él, que dice que va a ser uno más. Un monje más. Nada menos.