Yoga entre vegetales

S.F.L. / Briviesca
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Ángelmari López ha construido un invernadero en Busto de Bureba en el que además de cultivar plantas imparte clases gratuitas de esta disciplina dos días a la semana. En verano la actividad se traslada al jardín de Fuente Hermosa

El profesor cultiva, entre otras, plantas medicinales que reparte entre los alumnos a los que da clase en el invernadero. - Foto: S.F.L.

A la temprana edad de 26 años Ángelmari López se adentró en el desconocido mundo del yoga, no porque le apeteciera demasiado, siendo claros, sino porque sus rodillas dijeron basta. Siguiendo los pasos de su exmujer apostó por cambiar las barras de peso en el gimnasio por aprender a realizar posturas físicas, ejercicios de respiración y meditación para mejorar su salud. Al principio no iba con él, le resultaba una actividad sosa, pero prometió darse un margen de seis meses. De ello han pasado más de cuatro décadas y los frutos que ha recogido por el camino equivalen a tener un cuerpo sano y en forma, además de lograr controlar la mente para que no se distraiga con dolores y conseguir así paz interior, serenidad y tranquilidad.

Hombre de mundo, viajero intrépido que apenas ha dejado territorios nacionales sin explorar, ha pisado infinidad de palos hasta que comprendió que lo suyo era la meditación y la naturaleza. Por circunstancias de la vida acabó en 2007 en Madrid, donde absorbió los sonidos del blues y se dedicó profesionalmente a impartir clases. Consiguió su título como profesor, pero la llamada del medio natural sonaba a todas hora. Hizo las maletas y abandonó la capital para regresar a la tierra en la que creció: la Bureba. De aquí para allá en busca de un lugar en el que volver a echar raíces se topó de nuevo con Busto, el pueblo de los abuelos, y con su casa. Desde entonces se convirtió en su hogar, aquel en el que el olor del incienso transporta inmediatamente a sentimientos, recuerdos y sensaciones. También la música heavy metal que tanto le gusta suena a menudo. 

Hay que echar la vista casi una década atrás para comprender el porqué de su proyecto más personal. Instalado ya en tierras burgalesas comenzó a impartir clases de yoga esporádicamente por diferentes pueblos. Pero llegó la pandemia y aparentemente todo se fue al traste. Pero no, la mente del yogui le guio a unificar los pequeñitos centros de práctica que cada localidad cedía (salas municipales o locales) al jardín de su huerta Fuente Hermosa, que a día de hoy reúne a decenas de vecinos de diferentes municipios a sumergirse en su yo más profundo. «No quiero ganar dinero con las clases sino hacerlas accesibles en lugares donde a un profesional no le resulta rentable acudir», expone. La acogida fue tan buena que se planteó alargar el periodo de formación a otoño, invierno y primavera. Para ello necesitaba un espacio cubierto y caliente en el que los alumnos se vieran capaces de conectar el cuerpo, la respiración y la mente. Y lo ha conseguido.

Un invernadero en el que cultiva vegetales y plantas medicinales cumple función también de retiro de yoga. Banderas de oración tibetanas y tapices con los asta-mangala del budismo rodean un centro en el que la vida y la paz se complementan a las mil maravillas. Cuando uno entra, respira y escucha de fondo música de meditación comienza un viaje en el que acabará por encontrarse con uno mismo. Por ahora da clases gratuitas los martes por la mañana y tarde y los jueves por la tarde y dependerá de la demanda de los alumnos que amplíe el horario. «Aquí se viene a pasar un rato de relax y calma. Quiero moverme en lo que me motiva, disfrutar de la vida con algo que ilusione y compartirlo con mi entorno de manera totalmente altruista. Esto lo hago exclusivamente por la locura sana de dar lo que puedo a los demás. Si en un pueblo no hay un loco que tire del carro...», comenta. Las puertas del retiro espiritual bustano siempre permanecerán abiertas para ayudar a desprenderse de las malas 'vibras'.