La galería del Paleolítico en Obarenes espera reconocimiento

S.F.L.
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Los grabados de la Cueva de Penches son de las escasas representaciones de arte rupestre en Burgos. El arqueólogo Marcos García pretende retomar un estudio e impulsar la importancia del lugar

Marcos García comenzó su andadura profesional en los yacimientos de Atapuerca, invitado por el arqueólogo Eduald Carbonell. - Foto: ANA ISABEL ORTEGA.

Al este de Oña, en un pequeño abrigo rocoso a pocos metros de la carretera que lleva a Barcina de los Montes (dejando atrás Penches), se encuentra uno de los yacimientos del Paleolítico de la provincia burgalesa más importantes, en el que pueden apreciarse grabados rupestres de figuras zoomórficas y diferentes signos. No hay conclusiones sólidas respecto a su cronología, aunque el arqueólogo burebano Marcos García considera que debieron realizarse en un periodo comprendido entre el 20.000 y 15.000 antes de Cristo.

Fueron otros descubrimientos los que decantaron el devenir profesional de Marcos García. Las excavaciones en su localidad natal, Villanueva de Teba, allá por la década de los 80, durante las que hallaron multitud de restos de la Edad del Hierro, tuvieron mucho peso en que su elección de estudiar Historia en Vitoria y especializarse en Prehistoria. Ahora, con un currículum repleto de experiencias gratificantes por todo el mundo, se ha propuesto retomar el trabajo que inició junto a Ana Isabel Ortega en la Cueva de Penches y arrojar luz sobre lo que, para la mayoría, se oculta.

A pesar de que se trata de «las primeras cavidades que se descubrieron en la Península Ibérica» después del reconocimiento de la Cueva de Altamira, a día de hoy es una de las «grandes olvidadas al ubicarse fuera del ámbito cantábrico», se lamenta el investigador. Sus extraordinarios grabados paleolíticos, junto a los existentes en las Cuevas de Ojo Guareña, Caballón o Atapuerca, «hacen que hablemos de un lugar excepcional», añade. Reconoce que dar protagonismo a «un tesoro tan valioso» e impulsar su riqueza se ha convertido en una asignatura pendiente que, «más pronto que tarde», aprobará. Para ello, se ha propuesto publicar la monografía e impartir charlas y talleres, como mínimo en Burgos, con el objetivo de «transmitir lo que tenemos, su significado e importancia», comenta. 

La entrada, oculta entre la maleza, da paso a un pequeño pasadizo y después a una estrecha galería de no más de 1,5 metros de anchura y de 6 metros de altura. Su desarrollo topográfico, explica el investigador, asciende «cerca de 215 metros y de la totalidad de los dibujos destaca la representación de 4 cabras machos y hembras. Más adelante queda constancia de una quinta y también se aprecian diferentes signos».

Como en otras cavidades, el acceso libre a la misma hasta mediados del siglo XX provocó que durante décadas haya recibido visitantes atraídos, más que por conocer y disfrutar del lugar, por dejar su huella en las paredes cual inquilino hace miles de años. Pero con mucho menos gusto. La declaración en 1985 como Bien de Interés Cultural de la cueva, incluida en el Catálogo de Bienes Protegidos de la Junta de Castilla y León, frenó a los grafiteros que durante años plasmaran sus firmas prácticamente sobre cualquier grabado de valor. «La pequeña puerta metálica de la Cueva de Penches ha sido violada sistemáticamente y siento que tengo la obligación de presentarla de nuevo al mundo para generar el efecto contrario», reivindica García.

Conocida desde tiempo atrás por los habitantes de la zona, fueron los jesuitas del Monasterio San Salvador de la villa oniense los que dieron a conocer la existencia de las pinturas rupestres en torno al año 1915. El arqueólogo Eduardo Hernández-Pacheco la presentó en sociedad al publicar, dos años más tarde, el libro Los grabados de la cueva de Penches. A partir de entonces, se llevaron a cabo varios estudios topográficos, el más reciente levantado en 1990 por un equipo del Grupo Espeleológico Edelweiss (GEE) de Burgos y revisado en 2022 por integrantes del mismo.

La excepcionalidad de la también conocida como Cueva del Moro merece su reconocimiento y Marcos García, de la mano de Ana Isabel Ortega, intentarán que así sea. Centrado en otros proyectos, pero sin dejar de lado a Penches, el historiador no pierde la ilusión. «Si alguien se metiera allí para realizar más prospecciones, estoy convencido de que aparecería más arte rupestre. Es un potencial que existe y que debemos cuidar e impulsar entre todos, cada uno aportando lo que pueda para evitar que estos vestigios de nuestro pasado, que han permanecido inalterados miles de años, acaben por desaparecer», detalla.

El arranque científico del experto de Villanueva de Teba giró en torno a los yacimientos de Atapuerca, donde gracias a la oportunidad concedida por Eudald Carbonell antes de que comenzará sus estudios superiores, logró familiarizarse con la arqueología.

Su primer trabajo comenzó un 25 de junio de 1992 en el cuadro G20 de La Galería, junto con Marina Mosquera. El hecho de no encontrar ninguna pieza singular no pudo con las ganas de dedicarse a su verdadera vocación. Francia, Azerbaiyán, Portugal, Timor Oriental o la República Dominicana son solo algunos de los países en los que ha podido focalizar sus investigaciones, sin dejar nunca de lado su país. 

Con demasiados kilómetros y vuelos a sus espaldas, Marcos García se centrará en el estudio de las cavidades de Ojo Guareña, una de las mayores y ricas del mundo, y la Cueva de Altamira, junto con el Museo de Altamira, la Universidad Complutense y la Fundación Atapuerca.