Los dramáticos sucesos ocurridos en Sallent, con dos menores víctimas de un acoso continuado en la escuela, ponen de manifiesto que hay problemas de fondo en la convivencia escolar. En este caso hay distintos factores causales, entre los cuales no es el menos importante el hecho de que uno de los gemelos empujados al suicidio fuera una persona trans, circunstancia que alentó el acoso. También cuenta no hablar catalán y el acento argentino, incluso el hecho de ser hispano. Todos esos factores, todos ellos rechazables y escandalosos, tendrán que ser esclarecidos y aclarados para exigir responsabilidades a quien corresponda, y sobre todo, para sacar conclusiones, para aprender y adoptar medidas para que no vuelva a suceder.
Lo que está en el fondo de este suceso evitable es la intolerancia de unas personas, niños y adolescentes, frente a otras personas algo diferentes; y aún es peor la insensibilidad de la escuela y de la comunidad ante esas actitudes.
El acoso escolar es un problema bien conocido; han sido muchos los casos denunciados sustanciados simplemente con apercibimientos y declaraciones; con algunas sanciones no relevantes y algún gesto reprobatorio. Es razonable pensar que el acoso en la escuela es mucho más frecuente y abusivo que los casos conocidos.
Las personas acosadas no denuncian, no comentan, aguantan y sufren. Por no compartir (y denunciar) no se lo dicen ni a sus padres, y cuando estos lo detectan no reciben la acogida que merecen ni producen el seguimiento y la condena a los acosadores. No toca solo sancionar los malos comportamientos, también toca el deber de pedagogía que tiene la escuela que llega más allá de enseñar matemáticas y lengua. La escuela forma carácter, educa (tarea compartida con la familia y la sociedad). A los dirigentes políticos se les llena la boca con la formación en valores, sin llegar mucho más lejos. Afrontar el acoso escolar es formar en tolerancia, lo cual exige tesón, continuidad y firmeza. Lo de Sallent debería servir de aviso y acicate para afrontar el acoso.