La libertad sabe a palabras

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Ángel y David participaron en la elaboración del libro 'Como dos gotas de agua' sobre justicia restaurativa cuando eran internos del Centro Penitenciario. Ahora, que han salido y tienen un empleo, reflexionan sobre la cárcel

Ángel ha colaborado muy activamente en la elaboración del libro sobre justicia restaurativa y espera que lo compre mucha gente. - Foto: Luis López Araico

Justo el mismo año en el que Ángel entró en la cárcel, Checoslovaquia dejó de existir para dividirse en los dos estados que hoy conocemos, la República Checa y Eslovaquia; se estrenó La lista de Schindler, de Steven Spilberg, y la estrella del baloncesto estadounidense, Michel Jordan, anunció su retirada. Han pasado casi tres décadas hasta que este hombre, alto y que habla con la voz muy queda, ha podido salir en libertad y aún sigue en tercer grado, aunque sin ir a dormir a prisión porque tiene un empleo y está controlado con una pulsera telemática que lleva al tobillo que no le resulta incómoda. «De momento, no pica», dice con sorna. Lo que le llevó a estar tanto tiempo sin libertad fue lo que él llama «una serie de malas decisiones», no quiere ofrecer más detalles Ángel, que ha colaborado muy activamente en el proyecto de Cáritas, Pastoral Penitenciaria y el Centro Penitenciario de Burgos sobre justicia restaurativa. De forma muy sencilla, se trata de que quien ha cometido un delito reconozca el daño causado y pida perdón a la víctima, «transformar los hechos feos en palabras bonitas», como dice Ángel. Todo esto se ha plasmado en un bonito cuento para todos los públicos titulado Como dos gotas de agua, que fue presentado hace varias semanas y que se puede comprar en todas las librerías por 15 euros y cuya recaudación es para Cáritas.

«Estar libre es muy bonito. Experimentas cosas que tendrías que haber hecho cuando eras más joven, antes de meter la pata -yo tenía 26 años y tres días cuando entré-  y te das cuenta de que has perdido un tiempo que no vas a recuperar», explica en una sala de reuniones de la sede de Cáritas en la calle San Francisco, adonde ha llegado tras su trabajo en un comercio de la ciudad, donde solo un par de personas conocen su pasado. Se trata de unos empresarios que le han dado un voto de confianza y no quiere que los prejuicios que la sociedad aún tiene contra quienes han estado presos les supongan una pérdida de clientela, por eso prefiere que su rostro no aparezca en la imagen.

Como ha tenido mucho tiempo para reflexionar asegura que estar dentro puede ser, incluso, positivo «para pensar en los errores que has cometido, en cómo los puedes subsanar, para preparar cómo quieres que sea tu vida a partir de ese momento y para formarte de manera que puedas encontrar un empleo al salir». Así se lo tomó él, al contrario que otras personas, «esas que dicen que cuando salgan 'la venganza será terrible'», dice, entre risas: «Es un sitio donde te reeducan la conducta y, más que nada, tu manera de pensar para que puedas tomar las decisiones adecuadas una vez que sales». Ahora, después de que toda la tormenta pasó, Ángel tiene un empleo que se le da muy bien y que le encanta, vive de forma independiente en un piso y cuando no trabaja le gusta dormir, ir de compras «y, simplemente pasear por los parques, tomar café e ir a mi casa a ver la televisión, que es lo que me imaginaba siempre cuando estaba dentro».

David Flores, de 45 años, está en tercer grado pero no duerme en la cárcel porque lleva una pulsera telemática de control. Tiene un empleo fijo desde hace meses.David Flores, de 45 años, está en tercer grado pero no duerme en la cárcel porque lleva una pulsera telemática de control. Tiene un empleo fijo desde hace meses. - Foto: Luis López Araico

Su colaboración en Como dos gotas de agua ha sido muy estrecha. «Yo escribía todos los días cosas que se me ocurrían y luego las corregía, las cambiaba, las ordenaba y se las pasaba al grupo. Yo creo que ha quedado muy bien, ojalá lo compre mucha gente».

David Flores, de 45 años y natural de San Sebastián, es otro de los exinternos que han echado una mano en el proyecto. Igual que Ángel, está en tercer grado y lleva la pulsera telemática. Pero es el único en lo que se parecen. Porque frente al temple del primero, David es un torbellino. Llega al parking de Cáritas con las ventanillas abiertas y la música a tope. Se muestra totalmente colaborador a la hora de las fotos y muy animado por estar disfrutando de la libertad y de un empleo con el que se gana la vida muy a gusto. Cuenta que sus problemas comenzaron cuando envió al hospital a seis policías porque «pegaba a todo lo que se movía». Después de muchos problemas con la justicia -aún sigue desterrado de su provincia, según cuenta a consecuencia de los mismos- ha empezado a normalizar su vida. 

Durante los años que ha pasado encerrado ha reflexionado mucho: «No porque haya junto a ti alguien que tenga una mancha tú te tienes que manchar. Cada uno elige el camino que quiere». Y David ha elegido una buena ruta. Salió de la cárcel en abril y al mes había encontrado trabajo. Quince días después le hicieron fijo.