La mer m'a donné. Georges Moustaki. 

El mar. La mar. Me tiene a mí fascinado el mar. Su color tan azul.  Su ritmo y su sonido, relajante cuando está en calma y sobrecogedor cuando se encabrita. 

Y su historia, siempre acompañando a la Humanidad en los grandes momentos, desde la Odisea hasta primera vuelta al mundo. O las más recientes gestas de los exploradores de principios del siglo XX, que establecieron diferentes carreras para ver quién se apuntaba el tanto de ser el primero en llegar a nuestros helados polos.

Es mucho lo que ha dado la mar a nuestra nación. El mar Mediterráneo fue la principal vía de comunicación para que nos llegara la cultura fenicia o la griega. También nos llegó por esa vía la civilización árabe, que durante ocho siglos nos impregnó de su cultura. De él extraemos cantidades enormes de pescado para abastecer nuestras mesas, utilizando, en algunos casos, técnicas milenarias aún vigentes y con plena efectividad. 

Y a cambio, ¿qué le hemos dado nosotros al mar? Pues muchas cosas, claro. Nuestros mares, concretamente el Mediterráneo, van bien servidos de plásticos en todas sus variantes: bolsas, botellas, envases… Les enviamos diariamente miles de toneladas de residuos orgánicos, bien aderezados con pesticidas, productos químicos y demás contaminantes. Y últimamente, en una demostración más de la maldad humana, estamos convirtiendo el Mediterráneo en un cementerio líquido en el que cientos de personas pierden la vida intentando alcanzar, de manera legítima, una vida mejor.

Hace pocos días, ante la casi indiferencia, cuando no complacencia, de nuestra querida Europa, más de 300 personas morían ahogadas frente a las costas de Grecia. La noticia pasó casi desapercibida porque la atención estaba ocupada en otra tragedia marítima: el hundimiento de un submarino que estaba intentando llegar al hundido Titanic. Hay víctimas y víctimas, se ve.

Agradezcamos al mar lo que nos dio y nos da. Devolvámosle vida.