Estaciones 'muertas' por el declive del tren convencional

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Diez terminales de la Línea General del Norte en las que nunca para el tren languidecen cerradas a cal y canto, vandalizadas en su mayoría, rumbo a una ruina casi segura

Estación de Bujedo. - Foto: Jesús J. Matías

Conchi está resignada: hace ya tiempo que asumió que el servicio ferroviario que le acerca a Briviesca para visitar a su madre deja mucho que desear en todos los sentidos: cada vez hay menos trenes que la conecten con la capital de la Bureba; y estos siempre -«siempre», apostilla- llegan con retraso.De la estación briviescana prefiere no hablar: señala con la mirada la puerta de los servicios, cerrada a cal y canto(como para tener una urgencia...); indica con el dedo las pantallas luminosas en las que debería aparecer la información con las salidas y llegadas: están fundidas en negro. Menos mal, apunta, que sí funciona la máquina que despacha los billetes, aunque no dé los buenos días o las buenas tardes. «Hace tiempo que esto es así, un desastre». Esta es la opinión unánime de los usuarios de la línea Madrid-Hendaya; al menos de aquellos que se pueden bajar o subir en algún punto del tramo de corredor que discurre por la provincia de Burgos, entre Villodrigo y Miranda, que son, al margen de la capital, sólo tres: Villaquirán, Briviesca y Pancorbo. En el medio, una decena de estaciones que son pasto del olvido, que están permanentemente cerradas, en las que ya nunca se detiene el tren.

La apuesta por la alta velocidad, así como la nula apuesta y mantenimiento por el tren convencional ha ido condenando a las líneas regulares, y con ello a las estaciones de la Línea General del Norte, la conocida como Madrid-Hendaya. La mayor parte de estas construcciones ferroviarias que contribuyeron a vertebrar y mantener vivos los pueblos, esa España vacía de la que se duelen con impostura quienes rigen nuestros destinos, son hoy meras arquitecturas fantasmales, hitos mudos que sólo son ya una parte más del paisaje que ve el pasajero por la ventanilla desde el interior de un vagón, y un canto al olvido para quienes todavía habitan en los pueblos que cuentan con estaciones y apeaderos, que las suelen mirar con melancolía, nostalgia y cada vez más indiferencia, como algo inútil o muerto. La rabia o la indignación ya pasaron hace tiempo, casi tanto como el último tren que se detuvo en sus andenes.

Al menos ninguna de las estaciones que jalonan este corredor ferrovario es una pura ruina, como sí lo son las que alfombran la línea del malhadado Directo o del añorado Santander-Mediterráneo: en la mayor parte de los casos Adif ha tratado de proteger del vandalismo y la destrucción propia del paso del tiempo estas construcciones parapetando vanos y puertas, aunque ello no haya impedido que exhiban un aspecto decadente cuando no un lienzo para los artistas urbanos del grafiti, que parecen omnipresentes incluso en aquellos lugares en los que se hace extraña la presencia humana de tan lejos y aislados como están.

(Más información, en la edición impresa de Diario de Burgos de este domingo)