El maestro cantero vende su castillo

P.C.P.
-

Carmelo Carneros compró en 1999 un terreno en Hacinas con impresionantes vistas, labró sus piedras y maderas mientras enseñaba a otros a hacerlo y levantó la muralla. «Estaba loco»

A la propiedad no le falta detalle, tiene canalizaciones de agua, puntos de luz por el jardín y la muralla, huerta, espacios para construir dentro de la casa y fuera... - Foto: f2estudio

Cuenta que Ricardo Santamaría daba de comer en un mismo plato a su perra Perla, a su gato Trotski, a una urraca y a una paloma. El escultor de Contreras no sólo alimentaba a estas criaturas de la naturaleza, sino también a otros espíritus creativos que ansiaban expresarse a través de la piedra, arrancarle su hieratismo y generar sentimientos con su sola contemplación.

«A mí Ricardo me enseñó la técnica, a trabajar rápido y a trabajar sin miedo», explica Carmelo, que además se contagió del amor por una comarca, a los pies de las peñas en las que nació Castilla. Y poco a poco fue creando, primero en su mente y después en Hacinas, su castillo. Una atalaya moderna con corazón prerrománico.

Todos los animales del maestro fueron extraordinariamente longevos -perra y gato murieron con veintitantos años-. Todos, salvo la paloma, que se acostumbró en exceso a los humanos y no supo, o no quiso, separarse a tiempo del gato del vecino. No quiere, pero debe, separarse ahora de su castillo Carmelo, a quien le esperan otras vidas, otros sueños, otro mar que no es el de Castilla ni el de San Sebastián, donde hizo escala antes de aterrizar en cuerpo y mente a los pies de la peña Carazo. En 1999 compró una finca que se levanta sobre las conocidas como Rocas de Baltasar, de donde se sacaba el material para construir las casas del pueblo. No puede haber mejor terreno para que asiente un cantero ni mejor comarca para encontrar material: piedra de Hontoria, de Silos, areniscas de la zona... 

En el foso, sin puente levadizo ni cocodrilos, planeó levantar una escuela-taller. En el foso, sin puente levadizo ni cocodrilos, planeó levantar una escuela-taller. - Foto: f2estudio

En 2002 empezó a construir primero el taller y después la casa, que para 2007 ya tenía prácticamente terminados. El arquitecto diseñó su proyecto sobre la idea de Carmelo, un castillo del siglo XXI con alma medieval y una torre con vistas a toda la Sierra de la Demanda. «Trabajo rápido», apostilla, mientras señala todos los motivos inspirados en el arte prerrománico que jalonan las ventanas o se intercalan en las fachadas. Frente a ellos, la mente vuela rápido a la ermita de Quintanilla de las Viñas o al monasterio de SanPedro de Arlanza. «Me basé en la historia de la comarca, en el arte de la zona». El escultor, natural de Cervera de Pisuerga, no necesita tener el modelo presente para plasmarlo.Su cabeza y sus manos se sincronizan a la perfección, pese a los accidentes laborales que han estado a punto de costarle una de  sus virtuosas herramientas.

Su castillo-escuela llegó a tener hasta 32 alumnos de talla de piedra y madera en los cursos que impartía a través de Agalsa y en los que puso como condición que además de jóvenes promesas pudieran acudir también mayores de la zona. «Mereció la pena», reconoce Carmelo, que presume de algunos discípulos con proyección como Gustavo Vilda, nacido enCastrillo de la Reina y afincado en Salas de los Infantes, y Pedro, en Pradoluengo. Dejó las clases.«Me quita a mí tiempo y la libertad de una persona es lo más importante», apunta.

Vende toda la propiedad.No tiene prisa, pero sí ganas de empezar otra etapa, sabe que le necesitan y quiere irse ya. Pero no a cualquier precio. ¿Y cuál es el precio? «Si tienes que valorar cada trabajo que hay es imposible, no te lo van a pagar. El que venga que ofrezca», deja caer. «Hice esto porque estaba loco. Ahora también (risas) pero no lo haría. Me dedicaría a otras cosas», confiesa. Quiso crear un museo y soñó con una escuela-taller para «dar oportunidades a la juventud» y garantizar el futuro «de unos oficios que se están perdiendo» y que siempre «van por delante de las máquinas», aunque la sociedad piense lo contrario. Los dormitorios para profesores y alumnos estarían en la porción de roca que excavó y que ahora parece un foso al que le falta el puente levadizo y los cocodrilos reales, porque los de la «ignorancia» ya le han atacado. «Pero a mí me han hecho un favor, porque yo he aprendido a perdonar», afirma críptico.

Entre el taller y la casa suman 600 metros construidos habitables. «Pero igual la muralla vale lo mismo que todo el edificio», asentada sobre 50 centímetros de hormigón. Preparado para resistir a los ataques, Carmelo ha planificado todo con vistas a que el futuro comprador, o inversor, pueda disfrutar de un castillo o abrir una casa rural, un hotel de lujo...«Ha habido algún interesado, pero a plazos no vendo. No tengo ningún problema en llegar a un acuerdo con alguien que quiera de verdad», explica. 

«Lo tengo todo preparado, las canalizaciones del agua, los puntos de luz... Hice el taller con vistas a poder  dedicarlo a otra actividad: un restaurante, otra casa...Está todo aislado», recalca. Mientras habla va sorteando piezas por entregar o por rematar. «Mientras no venda esto, sigo trabajando aquí», con clientes que van desde la Casa Real y en su día la difunta duquesa de Alba, a embajadas, conocidos hosteleros de la Ribera del Duero, particulares... y la Iglesia. 

«Para mí solo esto es mucho. Trabajo todo por encargo y no me da tiempo a desarrollar mis creatividades», apunta mientras saca de una carpeta algunos de los muchos diseños que bullen en su cabeza y ha podido plasmar en el papel. «Hay poca gente que lo valore.Creo que tenemos tanto arte que ni lo miramos.Pero aquí hay otra cosa mejor incluso, la naturaleza», resalta y levanta la vista desde el porche, que sostienen dos enebros y una sabina, retorcidos en una espectacular coreografía, al mismo ritmo que el paisaje que desde allí se divisa.  Noches con las estrellas, atardeceres con los corzos, y tormentas con los buitres sobre las peñas.