Trepar sin que nadie te frene

MÓNICA PURAS (SPC) / Burgos
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El rocódromo del centro cívico Río Vena se ha convertido en el paisaje preferido para 34 jóvenes desde los 12 a los 18 años

Hay más chicos que chicas, aunque en este grupo hay bastantes féminas y lo hacen bastante bien. - Foto: Patricia

La imagen imborrable de la infancia es aquella como cual primate subías a los árboles. Sin miedo a caerse. Sin vértigo. Superando los límites. Así es. La escalada es algo similar. Un deporte cada vez más 'top' entre niños y adultos, además de que viajar en 'camper' se ha hecho viral del todo.   

Entre la comunidad infantil, los deportes mal o bien considerados de riesgo o con un grado extremo siempre atraen más de lo habitual. La curiosidad por lo desconocido, por moverse libremente, por ascender y por divertirse es lo que ha llamado a 34 jóvenes desde los 12 a los 18 años a inscribirse en la Escuela Municipal de Escalada, una cifra que supera con creces las habituales, que rondaban los 25. 

Se calzan los pies de gato, el animal que dicen tiene siete vidas, se ponen el casco, se ajustan el arnés, hacen el nudo del ocho y a trepar por la pared del rocódromo o búlder del centro cívico Río Vena. Esto es el ¡no va más! Y encima lo hacen solos.

Seguridad ante todo, esta es la primera práctica.Seguridad ante todo, esta es la primera práctica. - Foto: Patricia

Jorge Gayo, de la empresa Arasti Barca, es el encargado de coordinar la actividad que se encargan de impartir los monitores Rodrigo Pérez, Pablo González, Daiana Schamberger y Óscar Espinosa. 

Dos años, con otros dos de pandemia por medio, son los que lleva Espinosa enseñando a sus intrépidos alumnos, donde hay tres que repiten curso de entre un grupo de 18, no por hacerlo mal, sino todo lo contrario, por progresar en estas lides. Y otros tres, de otro colectivo de 15, que ya se han pasado al curso de adultos. 

Y es que tener un buen maestro es el todo. Así, lo confirma Abel, uno de los noveles, que sufrió un susto durante una caída, cogió un poco de miedo y ahora sube y sube hasta alcanzar la cima, es decir, los nueve metros del rocódromo, aunque antes pregunta si está bien hecho su nudo del ocho. Seguridad ante todo, esta es la mejor herramienta. 

El objetivo del curso es que los alumnos sean lo más autónomos posibles.El objetivo del curso es que los alumnos sean lo más autónomos posibles. - Foto: Patricia

La instalación sufrió un lavado de imagen considerable el pasado año. Se cambiaron todas las presas (piedras o agarres de colores), se pusieron vías nuevas y se construyeron varios desplomes y una de mayores dimensiones, además se invirtió en materiales que se prestan únicamente para la Escuela como cuerdas, mosquetones, cascos, grigris (aseguradores), cintas exprés (anclajes intermedios) y arneses. 

Para los alumnos de la Escuela Municipal se facilita todo el material. 

Es cierto que de primeras, todos los pequeños llegan con unas expectativas muy altas mirando siempre hacia arriba. «Siempre quieren subir lo más alto posible el primer día, pero luego cuando están subidos se dan cuenta de que no es oro todo lo que reluce», apunta Espinosa.

El rocódromo del centro cívico Río Vena se ha convertido en el paisaje preferido para 34 jóvenes desde los 12 a los 18 años.El rocódromo del centro cívico Río Vena se ha convertido en el paisaje preferido para 34 jóvenes desde los 12 a los 18 años. - Foto: Patricia

Jorge interrumpe la charla para ver si su nudo está bien hecho. «Es lo primordial. Saber asegurarse. Luego emplear bien el material. Aquí todos saben qué tienen y qué pueden hacer. De eso se trata, que tengan la máxima autonomía y puedan venir libremente a escalar. Que también lo hacen. La enseñanza y el aprendizaje es progresivo», afirma el monitor, que se muestra «impresionado de los que llegaron nuevos se desenvuelven muy bien. Ves que tu trabajo funciona y a veces me doy cuenta de que mucho de lo que hacen estos pequeños, algunos adultos no se atreven o no lo hacen», se congratula.

La programación del curso está bien estructurada. Primero suelen emplear el búlder (que no necesitan de cuerda y está cerca de la colchoneta para practicar) y sobre todo aprender a asegurarse. «En el primer trimestre se suele escalar de segundos para luego hacerlo de primeros. También solemos hacer varios días rápel (descenso de roca), aprender caídas, saber sujetar al compañero. En realidad practicamos todo aquello que nos pueda pasar en esta disciplina para que ellos sepan actuar», enumera. 

En una temporada lo que se pretende es que adquieran la autonomía suficiente y las capacidades para gestionarse ellos mismos. «Nosotros les ayudamos con juegos en el búlder y en el rocódromo. Al principio muchos ejercicios son de equilibrio, posicionamientos, análisis y luego ya se trabajan más técnicas y fuerza» señala. 

La práctica que más les atrae a estos aventureros es la de subir cuanto más arriba mejor, aunque no les gusta la competitividad, porque no hacen ni carreras ni se retan entre ellos. Lo que peor llevan son lo de las caídas. Además, también hay chavales que se aburren de una vía y deciden cambiarla o probar con una nueva, o incluso crearla y proponerla. 

Generalmente, hay más chicos que chicas, aunque en este grupo hay bastantes féminas y lo hacen bastante bien. «Funciona muy bien el boca a boca y en muchos colegios se corre la voz y viene algún grupito, amigos del barrio...», confiesa. 

Pero aquel que empieza el primer día de octubre es asiduo las dos horas o cuatro semanales hasta el 30 de mayo. El hecho de realizarse en una instalación cerrada, pese a tratarse de una disciplina de exterior, no resulta un obstáculo. «Es el sitio donde hay que venir para aprender. Y es verdad que muchas veces te proponen a ver si podemos ir a escalar una roca cerca, pero con la Escuela aún no lo contemplamos», pero si se lo proponen a Gadea, Bea, Jorge o Abel, entre otros, seguramente ¡estarían más que encantados!