Si le preguntan sobre la utilidad de la poesía, el escritor mexicano Benito Taibo responde con una idea basada en sus lecturas de Jorge Luis Borges y se refiere a la salida del sol cada mañana.
«La poesía sirve para lo mismo que los amaneceres, para iluminarnos, para darnos otra visión del mundo, para reconciliarnos con nosotros y conjurar a los demonios, porque en la poesía está todo humano», asegura el autor azteca, a propósito de la publicación de su antología de poemas Pasar inadvertido.
Editada por Planeta, la obra es un compendio de piezas escritas por el autor entre 1978 y 2022, que retratan al Benito de 18 años, obsesionado con los maestros de la generación del 27, al de la mediana edad y al actual, considerado uno de los principales promotores de la lectura en su país.
«No quise meterle demasiada mano a los versos que escribió el joven que fui porque, si lo hacía, lo iba a traicionar; él dijo las cosas así. Por lo tanto, preferí dejarlo como estaban, como sintiendo, como lo veía», explica.
Alusiones al paso del tiempo, al amor, a la muerte o sentidos homenajes a amigos y maestros forman parte de la antología que reúne lo mejor de la poesía de Taibo, novelista, escritor de cuentos y con más de 40 años como periodista.
Es un hombre que vive de manera poética. Como le dieron dos infartos, llenó la pared principal de su oficina de corazones y al hablar de su oficio lo compara con los alucinantes seres disparados de la realidad, aquejados de un tipo bello de esquizofrenia.
«Los escritores somos un poco esquizofrénicos; oímos voces. Es nuestra propia voz metida dentro de la sinapsis; de repente, pum, surge algo; uno junta las palabras y lo convierte en metáfora o en una imagen», confiesa.
Taibo vive apegado a la poesía desde el último día de mayo de 1960, cuando le cortaron el cordón umbilical. Su madre memorizaba joyas de los de la generación del 27 y su padre lo mismo. Poco después, creció, alcanzó el nivel de la mesa y allí detectó a patriarcas de la lengua, a quienes sus progenitores acogían como si fueran de la familia.
«En mi casa siempre había un poeta. Tuve la fortuna de conocer de cerca a gente como Efraín Huerta, a José Emilio Pacheco, a Alí Chumacero, y a otros como mis dos mentores, Ángel González y Luis Rius, una permanente presencia en mi casa», explica.
Benito reconoce que el prosista y el poeta vivos dentro de su ser se llevan bien, pero esta vez deja a un lado al escritor de novelas, cuentos, ensayos y crónicas y le da paso al de versos, que se instaló primero en su interior.
«El poeta nació primero. Tiene que ver con cómo la poesía es una constante en mi vida. A los 17 años entré a un taller con el maestro guatemalteco Carlos Illescas y fui destruido por mis contemporáneos y porque, obviamente, no reunía el estilo, la forma, la voz que se afinó con el paso del tiempo», explica.
A los políticos
Imagina este loco de la lírica, un mundo en el que los políticos leyeran poesía y, como consecuencia, bajaran sus egoísmos y aumentaran su sensibilidad. «El mundo sería un poco mejor. Antes de lanzar un misil recordarían un poema que hable de lo humano. Estoy pensando en Bertolt Brecht y en la poca necesidad que tenemos de las cosas materiales», asegura, aunque sabe que filosofa sobre un imposible.
A los 62 años se califica a sí mismo como un desobediente que cree en el disenso, en la libertad y en el poder restaurador de las palabras, sobre todo de la poesía.
«La poesía es el alambique de las palabras, vas quitando las rimbombantes, las que aparentemente dicen mucho y que no dicen nada. Pacheco me dio el mejor consejo: Ten un lápiz afilado por un lado y una goma de borrar. Eso quiere decir, escribe mucho y borra mucho. Y eso he hecho durante todos estos años», confiesa.