La tortura de viajar entre Aranda y Valladolid

I.M.L. / Aranda
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Los profesionales que soportaban ya el tráfico masificado y los baches se quejan de la «excesiva» reducción, que les obliga a ir a 80 por hora en el único tramo de autovía

Camiones, baches, obras y ahora una limitación de velocidad a 80 km/hora en el único tramo de autovía desesperan a los profesionales que a diario usan la N-122 desde Aranda y Roa. - Foto: Luis López Araico

Conectar la comarca ribereña por autovía hacia el este y el oeste, en paralelo al río Duero, es una necesidad que nadie niega y que se lleva esperando décadas. La conversión de la carretera N-122 en autovía en el tramo burgalés sólo existe en papel, situación que levanta críticas en el ámbito de la política local y, sobre todo, molestias y peligrosidad en todo trayecto. El desplazamiento por carretera entre Aranda y Valladolid es el más calamitoso, situación que se ha visto agravada con la limitación de velocidad en el único tramo de autovía que hay en esos 95 kilómetros.

Si ese viaje supone un trago difícil de soportar para quienes tengan que desplazarse a la capital pucelana desde la comarca, aquellos que transitan esa obsoleta carretera nacional a diario, mayoritariamente por trabajo, suman a la elevada densidad de tráfico, el mal estado de la carretera por falta de mantenimiento y las restricciones para convertir un viaje en una peligrosa aventura de hora y media.

Esta pésima comunicación de la comarca por carretera empeora con el paso del tiempo, que sufren sus usuarios habituales. «De Tudela de Duero a Valladolid hay señales de baches, hay algunas zonas en las que el asfalto parece que ha cedido, hundido, pero hay zonas peores, como entre Nava de Roa y Peñafiel, ahí hay más baches», explica Luis Alberto Cuellar, uno de esos usuarios diarios de la N-122 por cuestiones de trabajo, lo que soporta dos veces al día, ida y vuelta.

Uno de los veteranos sufridores de esta vía es Serafín Moya, enólogo de la bodega Altos de Ontañón, que lleva más de dos décadas yendo y viniendo de Valladolid a Fuentecén, con más de 47.000 kilómetros al año transitando por la N-122, lo que supone casi un millón de kilómetros en lo que lleva de vida laboral. Reconoce que no se había percatado de la nueva limitación en los únicos 20 kilómetros de autovía de su trayecto diario, pero que tampoco lo habría notado. «El mal estado también obliga a reducir velocidad, hay tramos en los que es horrible y no se puede ir a más de 80 km/h», asegura por su experiencia.

Otros que suman centenares de kilómetros a sus ruedas son algunos trabajadores del Consejo Regulador de la DO Ribera del Duero, que van y vienen todos los días desde Valladolid. Es el caso de Jaime Martínez, que resalta que las reducciones de velocidad también influyen en la siniestralidad de la vía. «Por la mañana no tanto, pero a la vuelta, y más cuando hace buen tiempo, con el sopor de la tarde y yendo a 80 km/h el problema es que te duermes, no me extraña que haya tantos accidentes».

Para evitarla lo más posibles, el arandino profesor de la Universidad de Valladolid, Alberto Picón, reconoce que, si puede, la evita. «Hago todo lo posible para no tener que ir, porque el viaje a Burgos se hace estupendamente pero a Valladolid vas en tensión todo el tiempo, la cerca de hora y media que tardo en el trayecto», apunta.

Luis Alberto Cuéllar | Terapeuta ocupacional en Valladolid

«Mucha gente no es consciente de las señales, no iban antes a 100 y ahora no van a 80 km/h tampoco»

La búsqueda de una carrera laboral lleva a muchos jóvenes ribereños a tener que trabajar fuera de su lugar de origen y, algunos, apuestan por seguir residiendo aquí y desplazarse todos los días, de lunes a viernes, a su centro de trabajo. Es el caso de Luis Alberto Cuéllar, que es Terapeuta ocupacional en un centro de rehabilitación psicosocial en Valladolid. Todos los días, invierte tres horas en la N-122 y conoce muy bien su estado y los cambios que ha sufrido en los últimos tiempos.

Las dos últimas semanas ha notado el cambio que supone para sus trayectos diarios el nuevo límite de velocidad impuesto en el único tramo con dos carriles por sentido que transita a la ida y a la vuelta. «De Tudela de Duero a Valladolid, a 80 km/h desde el lunes 18, hay señales de baches, hay algunas zonas en las que el asfalto parece que ha cedido, hundido, pero hay zonas peores, porque entre Nava de Roa y Peñafiel hay muchos más baches», destaca por su experiencia personal al volante en un viaje que hace a veces solo y otras con algún acompañante.

Cuéllar reconoce que, con la autovía terminada, este trayecto ganaría en seguridad aunque no se acortaría, ni en kilómetros ni en tiempo. «Ahora tardo una hora y 20 minutos, o un poco más; con autovía se haría en 50 minutos, pero como la A-11 va a pasar de los 89 kilómetros de ahora a 110 entre Aranda y Valladolid, no sé lo que durará el viaje», deja la duda sobre la mesa, confiado en que podrá ver esta infraestructura terminada antes de dejar de trabajar aunque «para eso todavía falta mucho tiempo.»

Eso sí, critica a sus compañeros de carretera nacional porque el respeto a las normas de seguridad no es lo más extendido. «Mucha gente no es consciente de las señales, no iban antes a 100 y ahora no van a 80 km/h tampoco», asegura, reconociendo con una importante carga de ironía que «si se pone la Guardia Civil en ese tramo de 20 kilómetros de la A-11, se pagan tres autovías con las multas que podrían poner.»

Jaime Martínez y Javier Iglesias | Técnicos del Consejo Regulador de la DO Ribera del Duero

«Para mí no va a ser la A-11, no tengo ninguna esperanza en verla acabada antes de jubilarme» 

La importancia económica del sector del vino en la comarca hace que muchos de los que trabajan en él sean usuarios habituales de la todavía N-122. Es el caso de un nutrido grupo de técnicos del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero, que van y vienen de Valladolid a Roa, y viceversa, todos los días. Dos de ellos son Jaime Martínez, responsable de los servicios jurídicos, y Javier Iglesias, que comparten coche «desde el polígono de salida de Valladolid hasta aquí, unos 50 minutos o una hora», dependiendo del tráfico que encuentren en esos 85 kilómetros de trayecto multiplicados por dos, calcula Jaime Martínez. 

En los últimos años, Martínez considera que «la carretera está peor cuidada, no sé si es porque se están gastando el dinero en el desdoblamiento, pero está más bacheada y lo noto peor», a lo que suma el incremento de tráfico que ha detectado en los últimos años. Por eso, a la limitación de velocidad en el tramo de dos carriles por sentido, añade otras cortapisas para reducir el tiempo en carretera. «Además de tenemos la limitación de la norma de que no se puede adelantar a más de 90 km/h, lo que hace que la carretera sea más tediosa», apunta, lo que incrementa más si cabe su peligrosidad. «Por la mañana no tanto, pero a la vuelta, y más cuando hace buen tiempo, con el sopor de la tarde y yendo a 90 km/h el problema es que te duermes, no me extraña que haya tantos accidentes.»

No acaban ahí las sorpresas, porque hay tramos que «para el que le guste la fauna salvaje es estupendo, porque te encuentras corzos, jabalíes, liebres,... yo tuve que parar el coche una vez porque había buitres en la carretera», recuerda. Con este panorama, Jaime Martínez ya lo tiene claro: «No tengo ninguna esperanza en ver la autovía terminada antes de jubilarme, sé que para mí no va a ser la A-11», porque a sus 60 años y con 13 haciendo este viaje a diario sabe que no verá concluidas las obras de la autovía.

Alberto Picón | Profesor en la Universidad de Valladolid

«Tratas de buscar fórmulas y haces todo lo posible para ahorrarte el viaje, da mucha pereza» 

Primero como estudiante universitario y ahora como profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Valladolid, Alberto Picón acumula 18 años transitando por la N-122. Un viaje que ahora hace casi a diario por motivos laborales, y es casi porque intenta evitar esta carretera lo más posible. «El viaje es cansado, al final tratas de buscar fórmulas como hacer una noche allí, yo puedo teletrabajar algún día, haces todo lo posible para ahorrarte el viaje, da mucha pereza», reconoce desde su experiencia. 

Este curso se está desplazando más a Burgos por un proyecto de investigación y nota la diferencia. «Es un viaje que son 95 kilómetros, algo más a Valladolid que a Burgos, donde te plantas estupendamente porque vas conduciendo relajado; pero a Valladolid, entre la carretera, las nieblas del invierno y demás vas en tensión porque tienes que adelantar no menos de cinco camiones, hay que ir más alerta, frenando por las limitaciones de velocidad,... lo que es un trayecto en una nacional», expone su sentir cuando se pone al volante.

En la hora y media de casa a la Facultad de Derecho vallisoletana, «dependiendo del tráfico», Picón tiene un montón de posibilidades de toparse con algún percance. «Accidentes gracias a Dios no, sustos puedes ser tu directamente u otro conductor, pero raro es el día que no ves pegar un frenazo o lo pegas tu, que se te cruza algún cervatillo, ves a la Guardia Civil asiduamente,... es una carretera con mucho altercado», apunta, para añadir a renglón seguido que «se nota que la carretera ha incrementado su tráfico, es una ruta muy transitada por camiones».

La nueva limitación a mayores puede tener una ventaja porque «se nota en el consumo, que es menor», aunque también aumente el tiempo de viaje «que son diez minutos más» para este arandino, aunque eso no le resta peligrosidad a un trayecto «con mucho camión y malas condiciones de visibilidad».

Serafín Moya | Enólogo de bodega Altos de Ontañón

«El mal estado obliga a reducir velocidad, hay tramos horribles y no se puede ir a más de 80 km/h» 

Dos décadas viajando entre Valladolid y la comarca burgalesa de la Ribera del Duero dan para muchos kilómetros, sustos e, incluso, contingencias con las compañías de seguros. «Me echaron de una porque cada año y medio tenía que cambiar la luna del coche, que siempre lo tengo lleno de abolladuras por lo sucia que está la carretera», justifica Serafín Moya, enólogo de la bodega Altos de Ontañón, al que 'persigue' la condena de transitar por esta carretera. «Cambié de trabajo, me busqué otro para el que no tenía que coger la N-122 pero no me salió bien y tuve que volver, pero una de las causas que me hizo intentar cambiar fue por la carretera», confiesa. 

Moya es de los que defiende que unas mejores comunicaciones favorecerían el desarrollo de la comarca. «La carretera no hace nada en favor de la Ribera del Duero, las comunicaciones hacen que sea todo más fácil de acceder y toda la zona del Duero está muy mal comunicada, pero especialmente esta comarca, con muy pocos kilómetros de autovía y ninguno en esta zona», lamenta este enólogo, poniendo como ejemplo de esta carencia el que «hay un problema fuerte de trabajo porque no está bien comunicada para encontrar personal, sobre todo en vendimias, que vayan y vengan todos los días de una forma cómoda».

Para él, esta carretera es «una tortura» pero conserva «el anhelo» de que se convierta algún día en autovía, aunque él ya se haya jubilado. Mientras tanto, como tantos otros usuarios, insiste en que las limitaciones de velocidad van más allá de las que marcan las señales. «El mal estado también obliga a reducir velocidad, hay tramos en los que es horrible y no se puede ir a más de 80 km/h», recalca, porque al «absoluto y total abandono» se suman «los cambios de rasante, mala visibilidad, nieblas muy persistentes, vehículos lentos que no tienen otro sitio por el que ir» como ingredientes que multiplican la peligrosidad del trayecto.