75 años alimentando Burgos

I.E. / Burgos
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La Flor Burgalesa (Florbú) cumple tres cuartos de siglo desde que el fundador, Afrodisio Pérez, y su mujer, Consuelo González, llegaran a Burgos desde Sotresgudo para montar un negocio de dulces que ya exporta a 30 países y da trabajo a 160 personas

Familiares del fundador (y ahora directivos) y trabajadores de La Flor Burgalesa posan con la lata que han lanzado para conmemorar el 75 aniversario. - Foto: Alberto Rodrigo

La historia de La Flor Burgalesa (Florbú) lleva escribiéndose desde hace 75 años con letras blanqueadas por el azúcar que bañan sus dulces. Tiempos convulsos y muy difíciles los de aquella posguerra en la que Afrodisio Pérez, el fundador de la empresa, decidió dar un impulso, con la puesta en marcha de una panadería, a la tienda de ultramarinos que poseían él y su mujer, Consuelo González, en Sotresgudo. El matrimonio no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que si el negocio quería asentarse y crecer había que trasladarse a una plaza más grande. Y en 1948 dejaron atrás el pueblo y se mudaron a Burgos.

Primeramente se instalaron en el barrio de Sedas (actualmente El Pilar), donde abrieron un horno con despacho de pan. Pero el audaz emprendedor burgalés observó que para prosperar «y no trabajar 365 días al año, sino solo 360» -comenta con sorna en la actualidad Ángel Juan Pérez, director general de la compañía y nieto del fundador- había que diversificar el negocio. Fue en sus nuevas instalaciones de Diego Laínez donde empezaron a elaborar dulces: rosquillas de yema, bizcochos de anís, pero sobre todo galletas.

No hubiera sido posible dar ese salto si no hubieran comprado a un pequeño obrador burgalés «su cupo de harina», porque en esos años de cartillas de racionamiento «no había acceso ilimitado a la principal materia prima» con que se fabricaban sus productos. Después de otra corta estancia en el barrio de Sedas, la firma burgalesa se estableció en la que sería su base de operaciones hasta el año 1997. Los vecinos de la calle San Pedro y San Felices convivieron varios lustros con la fábrica que endulzaba sus vidas y las de otros muchos burgaleses y foráneos.

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