Napoleón: «Burgos es importante como ciudad de gran nombre»

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Bonaparte, del que se acaba de estrenar una película dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Joaquin Phoenix, pasó dos semanas en la Cabeza de Castilla en noviembre de 1808

Así era la ciudad que se encontró el emperador francés cuando entró en ella en el otoño del año 1808. - Foto: Archivo Municipal de Burgos

Antes de que lo hiciera el invierno en tierras rusas, y mucho antes de la derrota definitiva en Waterloo, el hombre que se hizo coronar emperador, el estratega que soñó con dominar el mundo, cometió el peor error de su impecable carrera militar: intentar conquistar España. Lo reconocería el corso años después, en sus amargas memorias, desterrado en la isla de Santa Elena, vencido por la vida y olvidado por casi todos. Napoleón Bonaparte, sobre cuya vida acaba de estrenarse una de las películas del año, dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Joaquin Phoenix, había escrito desde París el 19 de octubre de 1808 sus inmediatas intenciones: Dentro de algunos días marcho a ponerme al frente de mi ejército y con ayuda de Dios coronar en Madrid al rey de España y plantar mis águilas en los muros de Lisboa. Burgos, claro, se cruzó en su camino. 

Cuando pisó la ciudad del Arlanzón en pleno Brumario, el 11 de noviembre, ya lo hizo sobre territorio conquistado y arrasado: el día anterior, sus temibles tropas habían vencido a las españolas en la cruentísima Batalla de Gamonal, desatando el saqueo y el pillaje, que se prolongaría durante muchísimo tiempo con la complicidad y permisividad del hombre al que Bonaparte designó como gobernador: el general Darmagnac. Llegó Napoleón encadenando victorias en contiendas clave: Espinosa de los Monteros, Vitoria... La de Gamonal no fue menor: tan es así, que su nombre fue inscrito en el Arco de Triunfo de París. Hubo poca historia en aquel enfrentamiento: los 12.000 hombres, 1.200 jinetes y 20 cañones españoles no pudieron contener a los 20.000 infantes, 4.000 jinetes y 60 cañones franceses. A lomos de su caballo, entró con toda la solemnidad, a la altura de su personaje, y se detuvo frente al Arco de Santa María, que observó durante un rato en silencio, acaso admirando aquellas efigies que representaban los mitos y la historia de la tierra que acababa de conquistar. Conociendo su ilimitada ambición, no cuesta imaginar que soñara con descabalgar de su pedestal alguna de aquellas estatuas para poner la suya y eternizarse con el Cid y Fernán González. 

Napoleón conocía de primera mano la importancia de Burgos: se la había trasladado su hermano José en estos términos: «Es la primera ciudad del Reino». El emperador, que pasaría en Burgos en torno a dos semanas, se alojó primero en el edificio del Consulado y posteriormente en el Palacio Arzobispal. Como el gran estratega que era, no tardó en dar órdenes para que el viejo castillo medieval que dominaba la ciudad desde un cerro se pusiera a punto, sabedor de que una fortaleza bien consolidada en un lugar tan esencial sólo podía beneficiar a su ejército. Así, dio instrucciones para que se restaurara y consolidara. Durante su estancia en la Cabeza de Castilla Napoleón se preocupó de conocerla de principio a fin. Uno de los lugares que más le cautivaron fue la Cartuja de Miraflores, donde quedó hechizado por la deslumbrante belleza del sepulcro de Juan II e Isabel del Portugal, esculpido en alabastro por Gil de Siloe. Tanto debió gustarle, que manifestó su deseo de trasladarlo a Francia. Menos mal que no lo hizo finalmente...

Enclave esencial. «Tan pronto como ocupa la ciudad, Napoleón designa una persona, el afrancesado canónigo de Lerma, Arribas, hermano del ministro de Policía, para que actúe como autoridad eclesiástica, ya que el arzobispo está ausente y el Cabildo en su mayor parte ha huido. La celebración de Cabildos y cultos se verá suspendida hasta el 12 de enero de 1809. Desde Burgos declara enemigos y traidores a las personalidades que se le oponen, confiscando sus bienes, y ofrece una amnistía en nombre propio y de su hermano. El mismo 11 de noviembre dicta un decreto nombrando a Juan Ceballos corregidor de Burgos. En el concejo aparece Felipe Aviraneta, padre de un literario y posterior conspirador. Y en carta a su hermano José le indica que 'la posición de Burgos es igualmente importante mantenerla, como ciudad de gran nombre y como centro de comunicaciones y de informaciones y sede del ejército del Norte'», según recoge Blanca Acinas Lope en su estudio publicado por la Institución Fernán González Imágenes de un mito; Napoleón (Burgos, 1808).

Otros decretos firmados por el emperador en Burgos, explica la historiadora, estaban relacionados «con la suspensión del culto y la incautación y venta de bienes de conventos y monasterios. Los abundantes conventos de la ciudad se utilizaron para albergar los numerosos regimientos que se concentraban o pasaban por Burgos». Napoleón abandonó la ciudad el día 22 de noviembre rumbo a Madrid (antes, se detuvo en Lerma y en Aranda). Arrasó allá por donde fue. Triunfante siempre. Napoleón abandonó la vieja piel de toro después de que Austria amenazara con dar la batalla a los franceses. Lo hizo en enero de 1809. Poco después llegaría a Burgos un nuevo gobernador (sustituto del infame Darmagnac). Se llamaba Thiebault y aludió a su antecesor con suma crudeza, según recuerda Acinas Lope: 'antiguo cocinero, que unía a la ignorancia de un marmitón la brutalidad de un plebeyo, en cuyo gobierno de poco más de sesenta días, el pillaje y la devastación persistió con frenesí del cual es imposible dar una idea'. Cuenta la historiadora que el mucho más civilizado y refinado Thiebault llegó a Burgos pocas horas después de que, desde la capital castellana, Napoleón hubiese partido hacia París. «Le hospedan en la misma habitación que éste ha ocupado en el Palacio Arzobispal: 'La cama del emperador permanecía aún sin hacer, la mesa en desorden, llena de trozos de papel y de plumas. Todo denotaba su presencia. Durante unas horas aquella habitación había sido el centro del mundo', reflejará Thiebault en sus Mémoires».

Napoléon no olvidó Burgos, «sobre todo al considerar el Castillo como posible almacén central de pertrechos de sus tropas en España. Por orden suya Berthier escribe a Bessières una carta en junio de 1811, encareciéndole la mayor actividad en las construcciones y dotación de artillería para la fortaleza (seis morteros, seis obuses y otras piezas de camparia, bien municionadas). La carta expresa que el emperador desea recibir, cada quince días, informes concretos del estado de las obras». Sin embargo, desde que Napoleón dejara España sus tropas no dejaron de sentirse hostigadas. El pueblo español no dejó de intentar librarse del yugo francés. Cinco años más tarde, tras la Batalla de Vitoria (1813), los gabachos se retiraron de España. Waterloo llegaría en 1815. Seis años después, Bonaparte fallecía en la isla de Santa Elena. Solo y olvidado.