Educador de lazarillos de cuatro patas y retratista

S.F.L. / Oña
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Francisco Javier Antolín colabora con la Fundación ONCE Perro Guía y asume durante un año el cuidado de los cachorros, los cuales pasan temporadas entre Madrid, Oñay Villadiego. Especializado en pirograbado, graba sus rostros en madera

Francisco Javier Antolín compagina el cuidado de su perra con sus proyectos en el arte del pirograbado. La semana pasada expuso algunos trabajos en la feria de Oña. - Foto: S.F.L.

Siempre soñó con tener un perro aunque su mujer Begoña pusiera el grito en el cielo cuando se debatía el tema en casa. El autorregalo que Francisco Javier Antolín pretendía hacerse por su jubilación tendría pelo, cuatro patas y le acompañaría en todas sus aventuras, pero, muy a su pesar, no llegó a cumplir como tal su deseo. «Estos animales condicionan mucho y necesitan una atención constante», le repetía una y otra vez su compañera. «¿Y si no vive con nosotros de forma continuada?», propuso el interesado. La idea no resultó tan descabellada y ese mismo día -un viernes- rellenó un formulario en la web perrosguia.once.es y contactó con ellos una supervisora de la Fundación ONCE Perro Guía. El martes siguiente mantuvieron un segundo contacto, esta vez físico, y el miércoles su primer cachorro correteaba por casa. 

Un labrador blanco de dos meses se fue de vacaciones al domicilio familiar en Madrid, en el que convivió con los tres miembros durante un año, y a pesar de que su principal interés era juguetear constantemente, cumplió una función fundamental que cambió la vida de una persona invidente al convertirse en su lazarillo y que a día de hoy sigue en activo. Después, llegó una hembra negra, un macho canela, y ahora Francisco Javier lo comparte todo con una perrita de color marrón chocolate que llama la atención por su comportamiento ejemplar y el cariño que reparte. 

Antes de convertirse en educador pasó varias entrevistas para demostrar que el interés era real y que podría ocuparse del can correctamente. Un año juntos, humano con perro, perro con humano. A cambio, la Fundación corre con los gastos de comida y veterinario. Los requisitos son básicos: residir en la Comunidad de Madrid, acudir a las revisiones veterinarias y cuidar al cachorro; que no debe quedarse solo más de dos horas y ha de recibir una educación básica para convertirlo en una extensión de su persona cuando empiece a desempeñar su labor. Así comienza un período de socialización para el animal, que acompañará a esas personas a su puesto de trabajo y a sus actividades diarias para acostumbrarse a todo tipo de ruidos y lugares (transporte público, cine, cafetería o centros comerciales). «Les enseñamos instrucciones sencillas del tipo: quieto, sienta, échate…, a que se pare en los pasos de peatones o que no se asuste con grandes estruendos», explica el educador. «Ahora estamos centrados en que supere el miedo a las escaleras mecánicas del metro y de áreas comerciales, por lo que prácticamente a diario nos vamos de excursión», añade.

Pero además de la ciudad, los perros del de Villadiego cuentan con la gran suerte de que su dueño no tiene uno, sino dos pueblos en los que además de ampliar el campo social se enfrentan a otros obstáculos. En Oña pasan largas temporadas, sobre todo en verano, ya que la familia inauguró hace un tiempo La casona del Obispo, tres apartamentos independientes con capacidad total para una decena de personas ubicados en una edificación medieval anterior al año 1500, que además dispone de una vivienda privada, una pequeña bodega y un rinconcito destinado a exposiciones de artesanía, en el que se aprecian algunas de sus obras. 

Además de educador de perros es experto en realizar trabajos de pirograbado en madera. Esta afición brotó antes que la de cuidador canino, cuando estudiaba Magisterio en Burgos, hace más de medio siglo. Autodidacta, ha logrado plasmar a detalle paisajes rurales de la Bureba, calles singulares de sus pueblos, pero también imponentes monumentos como el castillo de Frías o la seo burgalesa. Su contacto directo con el mundo animal le empujó a retratar a sus mascotas para continuar con otras razas e incluso especies, como corzos, jabalíes y osos. Dando un paseo por los jardines benedictinos del Monasterio San Salvador se topó con un gran tronco de un chopo derribado, el cual ha empleado como lienzo para sus nuevos proyectos. «Los dibujos de perros han obtenido muchísimo éxito, al igual que los nuevos cuadros que no necesitan marco porque la corteza del árbol cumple esa función», manifiesta.

Centrado en la educación de su perro sin dejar de lado la de artesano, prefiere eludir el momento de la despedida, el peor, un mar de lágrimas agridulce que se apodera de él, pero del que consigue encontrar la salida al saber que el perro volverá a la escuela de formación para recibir instrucción y con dos años de vida estará preparado para ser asignado a un usuario. A partir de entonces pasará a ser su compañero y sus ojos y su dueño, que nunca le olvidará, se sentirá eternamente orgulloso de su papel como guía.